Cuando Zapatero paseaba su palmito por China, no se sabe si buscando a Fu Manchú o al escorpión de oro, el gobierno de Jiabao acababa de encerrar al artista y activista Ai Weiwei. Su defensa en favor de los derechos humanos es conocida, y por ahí anda información de sus actividades políticas, pues de sus intervenciones artísticas se ha hablado estos días con detalle. Desde entonces, se desconoce su paradero, a pesar de las protestas internacionales. Los muros de la Tate Modern de Londres exhibieron un "Release Ai Weiwei" ("Liberad a Ai Weiwei") que ya es uno de los gritos de guerra de las personas decentes, y las redes sociales echan humo como antes sucedió con el secuestro del cineasta Jafar Panahi por el gobierno de Irán. El presidente español, sin embargo, conocedor de las diferencias entre la gimnasia y la magnesia, consideró que, ya que iba a hablar de dinero, mejor aparcar cualquier minucia relativa a eso de los derechos humanos. Es una pena, porque habrá quien piense que, de no haber sido por la pela o por evitar incomodar al gobierno chino, quizás Zapatero se habría alineado con Angela Merkel para instar a las autoridades chinas, como hizo ella, a liberar a Weiwei. Su silencio truena clamoroso.
Este domingo, dos semanas después de la detención, y respondiendo a la convocatoria internacional "1.001 sillas para Ai Weiwei", se han colocado sillas vacías en las embajadas chinas de capitales de medio mundo para preguntar "¿Dónde está Ai Weiwei?" y, con él, todos aquellos, menos conocidos, que continúan detenidos en China por razones políticas. La convocatoria hacía referencia a las 1.001 sillas de la dinastía Qing que Weiwei llevó a la última Documenta de Kassel, en el año 2007, y que repartió por los diferentes escenarios de la exposición: con ellas, el artista pretendía, desde la práctica artística, ofrecer espacios para una socialidad posible. Y, en efecto, la gente de paso por Kassel las empleaba para descansar, claro, pero también para conversar con desconocidos e intercambiar impresiones. Weiwei también llevó a Kassel a 1001 compatriotas suyos con la voluntad de confrontar identidades diversas: las chinas y las europeas.
Los artistas, poetas o cineastas no merecen mayor compasión que sus conciudadanos. Pero sabemos que cuando se les persigue a ellos, la veda está abierta. En el suelo de la Belbelplatz de Berlín, un cristal permite ver La biblioteca vacía,de la artista Mischa Ullman, que recuerda cómo se acaba cuando se empieza prohibiendo libros o arte.
20-IV-11, Xavier Antich, lavanguardia