´Dale al columpio´, Imma Monsó

Me pregunto si hay solución al permanente bamboleo a que nos someten los sucesivos gobiernos. Bamboleo es una palabra demasiado sensual para definir el modo en que nos columpian, mejor lo llamo zarandeo. Confieso que, ante los eventos electorales, estoy empezando a sentir pavor: no porque temo que nada cambie, sino porque sé que todo va a cambiar y lo único que deseo es, virgencita, que me dejen como estoy.

Recuerdo cuando se implantó la sexta hora en primaria: la medida fue polémica por la intención demagógica de contentar a los padres, pero pese a las protestas de los maestros, salió adelante. Fueron ellos quienes supieron, a base de mucho esfuerzo, superar los desafíos que la novedad representaba. Y lo lograron. También recuerdo cómo empezó el proyecto Educat 1x1, pizarras digitales y un ordenador por alumno. ¡Cómo no lo voy a recordar, si fue ayer mismo! En los centros pioneros los primeros meses fueron de órdago: niños chateando clandestinamente, libros vacíos de contenidos interactivos porque las editoriales los confeccionaron precipitadamente, problemas de conexión, pérdidas de tiempo incalculables, padres quejosos de las dificultades de ayudar a sus hijos por la incomodidad de la pantalla a la hora de consultar datos, etcétera. Ya las cosas se han calmado, los docentes han ideado sobre la marcha la manera de dar un mejor uso al artilugio, las editoriales prometen mejorar los contenidos… Pero ahora parece que para el año que viene se acabó la sexta hora. En cuanto a si seguirá lo de un ordenador por niño, nada se sabe. Es muy posible que todas las horas invertidas, los ataques de nervios sufridos y las inversiones editoriales realizadas hayan sido en vano.

Recuerdo cuando se implantó la Semana Blanca. En aquellos tiempos, allá por el 2010, la medida se impuso pese a las protestas de algunos colectivos. Los centros adecuaron sus horarios. Las casas de colonias habilitaron nuevos espacios y crearon programas. Muchas familias modificaron sus planes vacacionales de futuro. Hemos tenido una Semana Blanca yo diría que exitosa. Pero, aunque hubiera sido un fracaso, si el año que viene desaparece, habremos batido el récord del zarandeo sin sentido. Hasta aquí he hablado de un colectivo (padres, alumnos y enseñantes) experto en adaptarse a nuevos entornos hostiles. Pero no somos los únicos. ¿Qué me dicen del sector de la hostelería? Cuando todavía no habían rentabilizado ni de lejos los espacios habilitados para fumadores en los que habían invertido una pasta, de pronto ya no les sirven. ¿Y el conductor sumiso? El conductor sumiso supo de pronto que, en el área metropolitana de Barcelona, no podría pasar de 80. Aquello fue la bomba, pero pronto fuimos adquiriendo esa paciencia que tanta falta nos hace. En el 2011, cuando los beneficios de la medida están más que demostrados, el nuevo Gobierno suprime el límite. Y encima, lo suprime y no lo suprime, puesto que cuando quiere suprimirlo, los niveles de contaminación no lo permiten. A partir de ahí, el conductor sumiso sufre un alud de noticias sobre distintos límites de velocidad que lo hacen vulnerable a sufrir una crisis epiléptica cada vez que ve en la autopista una señal redonda con una cifra dentro (acaso errónea porque tal vez hayan olvidado quitarla o cambiarla).

Total, que en este país no hay quien coja un puñetero hábito. Yeso es grave. Porque los hábitos tienen su parte hermosa. Con tiempo y paciencia, se aprende a sortear las dificultades que plantean, se ven perspectivas que sólo el paso del tiempo permite ver. Pero aquí, hasta tal punto nos zarandean, que confieso haber llegado a desear algo atroz: un gobierno que cien años dure. Y eso sí que no, por dios.

16-IV-11, Imma Monsó, lavanguardia