Los griegos clásicos, que veneraban al dios del Viento y al dios del Sol, jamás hubieran adorado aun dios atómico. El viento mueve las ramas del reino vegetal trasladando el polen; el sol nos calienta permitiendo nuestra existencia; la energía nuclear nos coloca al borde del abismo, y ellos no la habrían idolatrado. La tragedia atómica más reciente es la de Fukushima. ¿El mundo tendrá que soportar otras más?
El desatino humano alcanza niveles incomprensibles cuando, disponiendo de energías limpias como el viento y el sol, durante años no se ha invertido en ellas sino en una energía, la nuclear, que se muestra incontrolable. No valen subterfugios. En cada accidente, desde los leves a los muy graves, se hace patente la fragilidad humana ante una radiactividad tan invisible como mortífera.
Si todo el negocio que a lo largo del tiempo se ha destinado a las centrales atómicas hubiera sido aplicado a las energías renovables, la producción de electricidad alcanzaría idéntico volumen, y, además, careciendo de los riesgos inherentes a la energía nuclear. La prueba es que, pese a la negligencia de políticos e inversores, en el día de hoy los parques eólicos ya son la primera fuente de energía, por delante de la nuclear.
Llegados a este punto, y habida cuenta de la catástrofe japonesa, las voces que arguyen motivos estéticos u ornitológicos para oponerse a los molinos de viento deberían callar definitivamente. Los montes están plagados de torres y cables, tan antiestéticos como peligrosos para las aves, sin que nadie se haya opuesto. Si su presencia no se cuestiona, por necesaria, ¿por qué ese encono contra los parques eólicos?
Con vistas al suministro total por energías renovables, ¿ha pensado la Administración en decretar que los edificios nuevos cuenten con placas solares en el tejado y en proporcionar ayudas a los antiguos para hacerlo? Este racionalizar la producción de energías limpias significa dejar de atentar contra la vida y la salud públicas sin impedir el derecho a los negocios empresariales. Invertir en energías renovables resulta tan rentable como hacerlo en petróleo, uranio o plutonio, que además de generar residuos y matar son perecederos. Ni el viento ni el sol se acaban; al menos no lo harán antes de que nuestro mundo perezca. Si seguimos como hasta ahora, el Homo sapiens demostrará que de sabio tiene poco.
8-IV-11, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia