Lo que mal empieza, mal acaba. Cuando Zapatero se sacó de la chistera la idea de digitalizar las aulas bajo el buenista (e iluso) discurso de "vamos a llevar la alfabetización digital a todos los hogares", se olvidó de lo fundamental: definir y financiar el proyecto. El plan era que el Gobierno pagaba el 50% del maravilloso ordenador que iba a resolver todos los problemas de la educación (¡glupps!) y las autonomías pagaban el resto. Catalunya, con el también socialista José Montilla de president, no supo decir que no, que en época de crisis no está la caja pública para alegrías..., así que pasó la patata caliente a 100.000 familias, que religiosamente accedieron a pagar la mitad de ese maravilloso ordenador. Educació (ahora Ensenyament) se hacía cargo de tirar el cable de wi-fi en las escuelas y de becar a aquellos alumnos que no podían sufragarse la maquinita de marras: 31 millones de euros. ¿Acaso no era mejor invertir en profesorado que en hardware? En vez de lanzarse a la aventura, lo cabal hubiera sido empezar poco a poco, con planes piloto en institutos para probar y comprobar en qué se demuestra útil la tecnología en secundaria. Pero no. Llovieron ordenadores... y los problemas. Las conexiones fallan, los profesores no han tenido tiempo suficiente para reciclarse y la adaptación curricular al sistema digital deja mucho que desear. Por no hablar del desfase de contenidos entre los libros digitales y los del papel. Si el objetivo era que el ordenador desterrara el lápiz y el papel, puede decirse que es un fracaso porque en una mayoría de aulas digitalizadas el profesor no ha podido abandonar el libro en papel. Se mire como se mire, la digitalización del aprendizaje es inasumible si es a costa de una menor exigencia de trabajo manual y de una minimización del papel del maestro. Lectura y escritura. Y lean estas dos palabras a gritos, que es como las escribo. Dicho esto, se comprende el cabreo de algunos profesores de instituto, que además deberán lidiar con dosmodelos de enseñanza en la misma escuela. Por no hablar de los padres, que ahora ya no saben qué pensar con tanto cambio. Muchos sí han hecho un esfuerzo para que todo esto funcione y ahora cargan con la sensación de tomadura de pelo. Haría bien Irene Rigau en explicarse.
15-III-11, Susana Quadrado, lavanguardia