´Fuera prejuicios´, Oriol Pi de Cabanyes

Todos estamos cargados de prejuicios. De todo tipo. Incluso los jueces, no se dude, aunque quieran esforzarse por ser ecuánimes. El prejuicio, como su nombre indica, es previo a todo juicio. Expresa una convicción que es anterior a la razón, obedece a algún automatismo incontrolado que se anticipa a lo racional. El diccionario lo define como "opinión previa y tenaz, por lo general desfavorable, acerca de algo que se conoce mal".

¿"Por lo general desfavorable"? Sí, aunque también se dan los prejuicios en positivo, los estereotipos que vemos con buenos ojos, las imágenes que nos caen bien. Y ¿"acerca de algo que se conoce mal"? No necesariamente. Algo puede conocerse bien, o creerlo así alguien, y precisamente por ello proporcionar todo tipo de razones a un prejuicio en clave negativa.

El antisemitismo, como tantas otras fobias étnicas, parte de un prejuicio que a lo largo de la historia ha conllevado consecuencias fatales. Umberto Eco muestra en El cementerio de Praga que se puede ser patológicamente antisemita sin haber conocido nunca a un judío. Su personaje imagina y vende al judío como si fuera el fantasma que emana de sus propios prejuicios, como al otro que necesita negar para reforzar en clave de superioridad un complejo de inferioridad.

Eco nos muestra que la gente suele creer sólo en aquello que ya ha oído, en lo que ya ha oído fabular. El éxito de lo que hoy se ha dado en llamar lo políticamente correcto se debe a que este seguir la corriente mayoritaria al opinar sobre algo nos ahorra tener que pensarlo todo por cuenta propia, que es tarea ardua y que compromete. ¿Para qué esforzarse en conocer algo o a alguien en sus matices si con la idea que nos brinda el prejuicio ya tenemos puesta una etiqueta que así nos ahorramos de tener que rectificar?

La lucha contra el prejuicio, contra los malentendidos y contra el miedo a lo diverso es una lucha difícil, en la que deberíamos perseverar si queremos que mejore en algo la condición humana. Cada uno de nosotros tendría que luchar contra sus propios prejuicios. Desprogramarse por la educación y la cultura. Y domesticar los miedos que surgen de lo más primario. ¿Dominar las pasiones no ha sido, desde siempre, uno de los más reiterados mensajes de todas las propuestas de mejora de la humanidad?

9-III-11, Oriol Pi de Cabanyes, lavanguardia