´Semana blanca´, José Antich

Para los que hemos sido durante años firmes defensores de la semana blanca, no deja de ser decepcionante que la iniciativa sólo vaya a durar un año y que los padres y el colectivo de profesores no hayan sido capaces de compartir una experiencia de calendario educativo que funciona en otros países de Europa. Las cosas necesitan tiempo para acabar convirtiéndose en un hábito, y es del todo evidente que padres y profesores no están para muchas monsergas en un momento en que la crisis económica asoma por todos los rincones y el ahorro para una semana de colonias o en la nieve ha desaparecido, por lo que el revuelo que se ha organizado ha acabado absorbiendo incluso a muchos de sus defensores. Las imágenes de abuelos paseando por las calles con sus nietos en horario escolar refleja más que cualquier otro comentario lo fallido de la iniciativa. A ello hay que sumar las discusiones que se han producido en miles de hogares sobre quién se cogía un día libre para cubrir las vacaciones de la semana blanca. Enumeradas las razones de por qué no ha funcionado la iniciativa y el amplio rechazo de la medida, valdría la pena detenerse en la importancia de un factor colateral pero que también ha acabado teniendo su importancia. El colegio como espacio para colocar a los niños. No ha habido debate sobre qué era mejor para ellos, la incidencia que podía tener un receso escolar en el segundo trimestre, que acostumbra a ser el más largo, y las mejoras que suponía recortar el periodo vacacional de verano. Todo el debate ha versado sobre las dificultades de los padres para organizarse, y ese no debiera haber sido el aspecto más importante.

1-III-11, José Antich, lavanguardia