Las democracias occidentales, incluida España, tienen mucho que desaprender en su forma de relacionarse con los países del Magreb y Oriente Medio. Largos años evitando llamar a las tiranías por su nombre y aceptando el sacrificio de las libertades a cambio de una estabilidad engañosa serán difíciles de borrar, al igual que las categorías mentales y los razonamientos que defendieron el statu quo a cualquier precio. No revisar ahora esos razonamientos con valentía y determinación sería una torpeza de consecuencias nefastas.
Muchas cosas están cambiando profundamente en nuestro vecindario sur, empezando por la caída del "muro del miedo" y el fin de la "excepción árabe" frente a la democracia. Sus poblaciones están diciendo basta tras décadas de autoritarismo y frustraciones. Sabedores de que las libertades no se otorgan sino que se conquistan, millones de personas están arriesgando sus vidas para pedir el fin de regímenes que les roban las oportunidades y les quitan la dignidad.
La ola pro democracia que recorre el sur del Mediterráneo ha cogido por sorpresa a los gobiernos occidentales, incluido el español, cuyas respuestas están siendo insuficientes y sumamente conservadoras e indecisas. El temor a lo desconocido está pesando más en estas primeras semanas que la esperanza generada por unas revueltas sociales pacíficas que piden libertad. El cortoplacismo y los fantasmas de la inmigración ilegal, el terrorismo y el radicalismo islamista están condicionando la capacidad de análisis y nublando una visión a largo plazo de las enormes oportunidades que se abren en un Mediterráneo en transición hacia la democracia.
Los hechos están demostrando que ni las declaraciones voluntaristas ni engorrosas iniciativas como la Unión para el Mediterráneo (copresidida durante dos años y medio por el depuesto presidente egipcio) han sido capaces de responder a las necesidades de dignidad y oportunidades de las poblaciones del sur. Esas poblaciones dicen alto y claro que quieren más Estado de derecho y buen gobierno. Sería un grave error que sus vecinos del norte siguieran apostando por las fórmulas del pasado y tuvieran como únicos interlocutores a unas élites árabes cuyas prácticas son detestadas por sus poblaciones.
España, con todas sus fuerzas políticas y sociales, tiene ante sí una gran oportunidad para apoyar las legítimas demandas de las poblaciones árabes, tanto por consideraciones morales como para defender mejor sus propios intereses. Ahora más que nunca, hace falta una política de Estado hacia el Mediterráneo, más allá de posicionamientos partidistas y estrecheces de miras.
Del mismo modo que las transiciones iniciadas en algunos vecinos del sur - y otras que previsiblemente llegarán-requerirán muchos esfuerzos y aprender de los errores, Europa debe aprender de los suyos propios para darse cuenta de que, cuanto más satisfechos vivan los ciudadanos del sur del Mediterráneo en sus propios países, mejor nos irá a todos.
27-II-11, Haizam Amirah Fernández, lavanguardia