El consenso en la sociedad catalana es amplísimo: hay que reintroducir en las aulas el método, la disciplina y el respeto a los profesores, tanto en las escuelas como en los institutos y en las universidades. Tal vez no sea la solución a todos los problemas de nuestro sistema educativo, pero es la condición previa e imprescindible para mejorar los resultados. En esto, hace tiempo que ya estamos casi todos de acuerdo y, sin embargo, seguimos sin reaccionar, sin hacer nada.
Mateu es profesor de historia en un instituto de secundaria del Alt Empordà. Curtido en la clandestinidad y en alguna aventura latinoamericana, aguanta estoicamente cuando le llaman "hijo de puta" y cuando constata que "me cago en Dios" es la expresión más habitual no solamente entre los alumnos, sino también entre los profesores.
Hace poco, mientras supervisaba una clase de refuerzo en sustitución de una profesora enferma, un par de alumnas de 14 años, de un municipio rural de la comarca, empezaron a contar en voz alta sus experiencias de sexo anal a un grupo de chicos que formaron un corro, negándose a realizar las tareas encargadas. Al acabar la clase, se dirigió a la directora y le contó lo sucedido:
- No seas antiguo - escuchó atónito cómo le recriminaba la directora-,tienes que adaptarte.
No deberían extrañarnos las cifras sobre el fracaso escolar publicadas la semana pasada.
Sospecho que vamos hacia un sistema educativo de dos velocidades: una educación para las élites, disciplinada, eficiente, con salida directa hacia los puestos clave de la sociedad; y otra educación para las masas, confusa, desbordada y con pocas salidas profesionales. Los poderosos, que en cuestiones de orden no tienen complejos, van construyendo un sistema paralelo basado en escuelas privadas bien disciplinadas, pero no deberíamos olvidar que es en el segundo grupo donde Catalunya se juega su futuro: el mundo está lleno de países con élites muy bien formadas, que se estrellan por el fracaso de las clases medias.
Llevamos tiempo escribiendo y teorizando que el orden es imprescindible para que los maestros se concentren en la educación y la enseñanza. Pero si el consenso no se concreta en medidas reales, no sirve para nada. La denostada disciplina no es más que un ritual, un conjunto de normas que facilitan la convivencia y el estudio. Y de paso recuerda a alumnos, profesores y padres el esfuerzo colectivo que hacemos para dotarnos de un sistema de enseñanza público y gratuito.
Maria del Mar es una maestra catalana que lleva dos años dando clases en una escuela pública de Dallas (Texas) con más de mil alumnos, hijos de la inmigración mexicana. Al principio, se vio sorprendida por la disciplina del centro y no le gustó: no puede vestir vaqueros, ni faldas muy cortas; no puede tutear a los alumnos; no puede permitir que se dirijan a ella por su nombre de pila; los niños deben desplazarse en fila y en silencio. Dos años después, discrepa de algunas cosas, pero agradece tener garantizado el orden en clase, lo que le permite concentrarse sólo en la enseñanza; y cuando se plantea volver, no sabe si podrá adaptarse de nuevo a la indisciplina de la escuela catalana:
- En Texas, los inmigrantes sienten devoción por los maestros; si un niño no trabaja, le dices "llamaré a tus padres" y se pone a trabajar inmediatamente. En Catalunya, si riñes a un niño porque no trabaja es él quien responde "se lo diré a mi padre" y los profesores se arrugan al instante.
Seguramente no es el momento de buscar culpables. El sistema lo hemos levantado entre todos en los últimos treinta años y la falta de valores no puede atribuirse exclusivamente a una u otra ideología, porque está extendida por toda la sociedad. De hecho, tampoco comparto la crítica indiscriminada a los movimientos de renovación pedagógica, que en su día pusieron la escuela catalana a la altura de muchos países europeos. Es verdad que después se perdieron en una confusión tremenda, pero también lo hicieron nuestros políticos y la sociedad entera. Ahora deberíamos concentrarnos en rectificar, porque mientras hablamos, los maestros siguen sometidos a la dictadura de algunos alumnos vagos e intolerantes que actúan sobreprotegidos por muchos padres que intentan hacerse perdonar por haber fallado en sus responsabilidades familiares.
La fractura se agranda cada día, de forma que no podemos perder otro año en discusiones absurdas ni en indecisiones suicidas. No fueron un buen síntoma las primeras declaraciones de Irene Rigau - felizmente corregidas-dejando libertad a las escuelas para mantener o anular las actividades de la famosa semana blanca. Tampoco comparto el anuncio del president Artur Mas, en su primera entrevista en este diario, de que el próximo curso los días de la semana blanca se distribuirán "en fines de semana algo más largos a elección de cada escuela o distrito". Las dudas de los gobernantes y el desvío de la responsabilidad a los propios educadores son una nueva fuente de enfrentamientos de directores con maestros, de maestros con padres y hasta de padres con padres; justo lo contrario de lo que necesitamos. Nuestra escuela reclama directrices claras, sencillas y contundentes. Artur Mas debe ser valiente porque ha llegado al Gobierno con el crédito suficiente para liderar también este proceso. Deberíamos creer en nosotros mismos y atrevernos de una vez a convertir nuestras convicciones en normas.
11-II-11, Rafael Nadal, lavanguardia