´Una máquina averiada´, Ramon Aymerich

De no haber sido porque durante una hora larga las encuestas aseguraban que entraban en el Parlament, pocos se hubieran enterado de ello. Pero bastó el susto temporal y la posterior comprobación de que Plataforma per Catalunya, el partido xenófobo de Josep Anglada, rozaba el 5% de los votos en distritos de origen industrial, para constatar que algo renquea en la sociedad catalana.

La aparición de un partido de tintes xenófobos no es algo excepcional en la Europa del siglo XXI. Si hasta ahora no se había hecho visible era tanto porque el PP había ocupado ese espacio con habilidad (y lo había mantenido dormido)como porque las declaraciones hostiles a la inmigración tenían dificultades para colarse en los medios, aprisionadas entre el discurso liberal-empresarial y la corrección política de los partidos tradicionales. Sin embargo, la elección de la inmigración como materia central de la campaña del PP ha demostrado lo rentable de su manejo. Al PP le ha permitido entrar por la puerta de atrás en los barrios que votaban a una izquierda relativamente desprevenida. Y a la Plataforma le ha dado buenos resultados sin prácticamente contar con estructuras de base.

El problema es que ese voto refleja un malestar que va en aumento entre las franjas más castigadas de la población. Su origen es económico, pero se alimenta de tópicos que vinculan inmigración con gasto social. Nace como expresión de protesta pero se convierte en una amenaza a la convivencia, uno de los mayores activos económicos de la sociedad catalana, especializada durante décadas a integrar las sucesivas oleadas migratorias que requería su aparato productivo.

A la demógrafa Anna Cabré le gusta decir que el verdadero mérito de la inmigración en Catalunya hay que atribuirlo siempre a los penúltimos en llegar. Son ellos los que llevan la peor parte en el proceso de acogida y de integración de los ultimísimos llegados (ocupan los mismos espacios físicos, compiten con ellos en el trabajo...) Es en esa franja tan sensible donde actúa hoy ese voto de rechazo. Esto es, en la periferia metropolitana y también en aquellas capitales de comarca que han recibido importantes contingentes migratorios (de Tortosa a Vic).

Durante la década de los noventa, en los años de llegada de los primeros contingentes extracomunitarios a la comarca, CiU supo manejar esta cuestión con especial mano izquierda. El "modelo Vic" fue paseado por muchos foros como la prueba de que Catalunya tenía - y era verdad-un sistema propio de integración. Ahora CiU debe afrontar ese mismo problema. Sólo que no se trata de estructurar la integración de los recién llegados, sino de mantener a punto la máquina en sí misma. Y ahora mismo esa máquina, la máquina de hacer catalanes que diría Anna Cabré, muestra síntomas de estar averiada.

30-XI-10, Ramon Aymerich, lavanguardia