Tras otro nuevo fracaso de la cumbre multipolar del G-20 en Seúl, el foro global no oficial del siglo XXI, el G-2 - es decir, EE. UU. y China-,volvió a la carga el pasado fin de semana con la llegada de Barack Obama y Hu Jintao a la cumbre de APEC en Yokohama (Japón).
Mientras el resto del mundo se queda en mero testigo, la rivalidad entre China, la nueva superpotencia económica, y EE. UU., la vieja potencia militar, está generando una crisis permanente en Japón, aliado de seguridad de EE. UU. desde la Segunda Guerra Mundial, y cuyo futuro económico ahora depende de China.
En Yokohama, el marco de esta imposible triangulación, se ha visto el enfrentamiento entre dos ejes de integración comercial y económica.
Por un lado, el grupo Asean + Tres, defendido por China. Esta agrupación de países del sudeste asiático más Corea del Sur, Japón y China pretende crear un mercado único asiático desde Tailandia hasta Japón con el objetivo a medio plazo de establecer una unión monetaria.
Por otro lado, el proyecto de Comercio Libre Asia-América-Pacífico (FTAAP), defendido por Estados Unidos. Este foro pretende globalizar el proceso de integración e incorporar, antes del 2020, al este y sudeste asiático a una enorme zona de libre comercio que cruce el Pacífico. La primera fase es la Trans Pacific Partnership (TPP) que Obama impulsó en la cumbre.
Por lógica, "Asean+ Tres debería ser el próximo paso para Japón, aunque sea sólo para proteger su agricultura de EE. UU. y Australia", dice Tomoo Murakawa, profesor de la Universidad de Tokio especializado en estrategia de multinacionales japonesas en China. Japón abre paulatinamente su sector arrocero y no quiere someterse a una avalancha desde Florida. "China no es competencia en agricultura porque tiene que dar de comer a su propia población", añade Murakawa.
Asean+ Tres también es estratégicamente más deseable. China acaba de convertirse en el primer socio comercial de Japón, por encima de EE. UU. Y, tras dos décadas de estancamiento económico, Japón necesita mercados en expansión. El este asiático - según calcula el FMI-crecerá tres veces más rápido que EE. UU. en los próximos cinco años.
Pero Japón no puede elegir su área natural de integración económica por una sencilla razón: ni tan siquiera la estrategia de poder blando de Barack Obama va a permitir que Tokio salga de la órbita estadounidense en la que se mueve desde que las bombas atómicas cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki en 1945.
En su visita anterior, justo un año antes de la cumbre de Yokohama, Obama hizo una reverencia ante el emperador Akihito de Japón que provocó histeria en los medios conservadores de EE. UU. y fue calificada como "una señal de debilidad" por el ex vicepresidente Richard Cheney.
Pero en Tokio todos saben que la verdad es justo lo contrario. Japón es donde Barack Obama ha demostrado ser un halcón tan duro como el viejo guerrero Dick Cheney. Prueba de ello es la dramática caída este año del gobierno rebelde del primer ministro de centroizquierda Hatoyama Yukio, que dimitió en junio, menos de un año después de su victoria electoral.
Hatoyama se había comprometido en la campaña electoral a redefinir la vieja alianza de seguridad con EE. UU. Defendía un acercamiento formal al este asiático, "la esfera básica de existencia de Japón". Japón tendría que participar en la integración de Asean + Tres con el fin a medio plazo de crear una moneda única asiática, necesaria porque "existen dudas respecto a la permanencia del dólar como divisa de reserva", según explicó. Esta unión monetaria crearía la necesidad de "marcos permanentes de seguridad regional para afianzar la integración de divisas", insistió. La alianza con EE. UU., un vestigio de la guerra fría, debía ser replanteada.
El primer paso de la nueva estrategia fue el rechazo al plan estadounidense de trasladar la base de las Fuerzas Aéreas estadounidenses de Futenma en la pequeña isla japonesa de Okinawa, 1.000 kilómetros al sur de Tokio, a otra localidad de la isla. Hatoyama respaldó las reivindicaciones de los 1,4 millones habitantes de Okinawa que habían organizado - y siguen organizando-protestas masivas para que EE. UU. abandone la isla. Asimismo, Hatoyama anunció que estudiaría la suspensión de las transferencias de 4.000 millones de dólares anuales que Japón paga a EE. UU. por tener las bases militares estadounidenses en su territorio.
El giro de la política japonesa cayó de maravilla en Pekín, que no se siente nada cómodo con 20.000 marines estadounidenses emplazados en Okinawa, a 600 kilómetros de su costa. Pero los gurús de la geopolítica en Washington no tardaron en responder. No sólo los neoconservadores, sino también los paladines demócratas del poder blando,en especial Joseph Nye, de la Universidad de Harvard, que acusó a Hatoyama de poner en peligro la alianza y ser "esclavo de sus promesas electorales". Su preocupación era lógica. "La alianza Japón-EE. UU. (así como la mejora de su relación con India) significa que China difícilmente expulsará a los americanos de Asia", afirma en un nuevo artículo en Foreign Affairs.
El poder blando de Nye y Obama cayó como un bloque de hormigón en Tokio. Altos funcionarios norteamericanos comunicaron a Hatoyama que Okinawa no era negociable. El secretario de Defensa, Robert Gates, llegó a la capital japonesa en octubre del 2009 y advirtió que la negativa de trasladar la base en Okinawa "sería contraproducente". Obama humilló a Hatoyama durante una visita de este a Washington en abril y The Washington Post tildó al primer ministro nipón de "chalado". Varios medios japoneses siguieron el ejemplo. "Hay un límite a la impaciencia de Washington", advirtió el influyente diario Asahi Shimbun.
Al final, varios ministros del gobierno se amotinaron y Hatoyama - debilitado por un extraño escándalo relacionado con un regalo de dinero de su madre-arrojó la toalla. Dimitió el 2 de junio y fue sustituido por su compañero del Partido Demócrata Naoto Kan. Este llamó a Obama el día de su toma de posesión para darle la noticia de que el plan de reubicación de la base en Okinawa seguirá adelante.
El pasado fin de semana, en Yokohama, el asunto quedó definitivamente zanjado. Según el diario Asahi Shimbun,Kan aprovechó la reunión con Obama para "expresar su compromiso por profundizar la alianza bilateral", aunque Japón todavía no se ha definido respecto a su participación en el Trans Pacific Partnership.
22-XI-10, A. Robinson, lavanguardia