´Catalunya no está ni se la espera´, Jordi Barbeta

Los líderes políticos catalanes se han desgañitado deplorando la desafección de Catalunya respecto de España, y los acontecimientos políticos y especialmente la crisis de Gobierno están poniendo de manifiesto que ocurre todo lo contrario. No es Catalunya la desafecta, sino España la que ha borrado Catalunya de su agenda política, de sus prioridades, de sus preocupaciones. Catalunya no ha conseguido consolidarse como sujeto político, pero es que ya no cuenta ni como referencia. No ha habido un periodo en la historia de la España contemporánea en la que el papel de Catalunya, su influencia política, resultara tan irrelevante. Obsérvese el escenario. José Luis Rodríguez Zapatero atravesaba el peor momento de su mandato y necesitaba dar un golpe de timón para recuperar la iniciativa política. Los socialistas tienen dos graneros de votos fundamentales, Andalucía y Catalunya, que según las encuestas están en situación de perder. Es en Catalunya donde la diferencia respecto al PP le proporciona al PSOE las mayorías de gobierno. Es en Catalunya donde están convocadas unas elecciones en las que los socialistas corren el riesgo, siempre según los sondeos, de cosechar el peor resultado de su historia. Y es Barcelona la alcaldía más importante de España controlada por los socialistas que los sondeos también dan por perdida.

Catalunya está, además, inmersa en una latente crisis institucional desde que el Tribunal Constitucional dictó una sentencia contra el Estatut que liquida definitivamente la primacía de la voluntad popular de los catalanes democráticamente expresada. La sociedad civil ha expresado su disconformidad mediante pronunciamientos inequívocos de las entidades más representativas y las calles de Barcelona vivieron en julio la protesta más multitudinaria encabezada por el president de la Generalitat.

En estas circunstancias parece que lo lógico habría sido que los gestos del presidente del Gobierno para remontar tuvieran en cuenta el conflicto catalán, pero ni siquiera el presidente del Gobierno se ha parado a pensar qué podría hacer para ayudar a sus correligionarios catalanes, que si están como están es en buena parte debido a la política desarrollada por el propio Zapatero. No ha hecho nada por ayudar al PSC y negar ayuda a unos compañeros que están pidiendo a gritos un salvavidas resulta muy significativo.

Es provinciano calcular la influencia catalana según el número de ministros con residencia fijada en el Principat, pero ningún observador ha obviado que Andalucía y el País Vasco sí han estado presentes en la resolución de la crisis de Gobierno. En los momentos importantes de la historia democrática española, Catalunya ha ejercido siempre un protagonismo principal. Desde la Gloriosa hasta la transición pasando por las dos Repúblicas y la Restauración. En cambio, ahora que Catalunya se encuentra en una encrucijada, ahora que el presidente de la Generalitat ha advertido que los catalanes van a tomar una decisión que marcará el futuro para una generación, ahora todas las advertencias han sido en vano. La indiferencia es total. Con Ortega, el problema catalán no tenía solución pero había que conllevarlo. Ahora el problema catalán, visto desde Madrid, simplemente no existe. Ni existe, ni preocupa, ni asusta, ni nada.

Por supuesto que los dos principales partidos españoles y sus respectivos líderes han contribuido más que nadie a que la política española en relación con Catalunya evolucione de esta manera, pero sería un error denunciarlo como una responsabilidad, porque forma parte de su voluntad política. La responsabilidad en todo caso debe demandarse a quienes en estos últimos años han conseguido que no los reconozcan como españoles yque tampoco los respeten como catalanes.

22-X-10, Jordi Barbeta, lavanguardia