´Espaņa, otra vez, ante Francia´, Josep Vicent Boira

Muchas veces, la historia de las naciones adopta un tono despiadadamente irónico. Hace pocas semanas, las más altas autoridades del Estado celebraban en Cádiz el centenario del inicio de los trabajos que llevarían a la Constitución de 1812. En aquel momento, hace exactamente 200 años, una parte de España se hallaba en guerra contra Francia. Las Cortes reunidas en Cádiz en realidad eran la representación fragmentaria y voluntarista de los focos de resistencia contra Napoleón. Mientras en Cádiz se resistía, otra parte de España veía, como alivio a los males de la patria, la llegada de las autoridades francesas. Doscientos años después, nos enfrentamos a un dilema semejante.

No sabría explicar por qué razón cabalística, cada inicio de siglo, desde hace cuatro, España ha debido optar por unirse a Francia o combatirla. Al principio del siglo XVIII, la llegada de la dinastía de los Borbones dividió a las Españas en maulets y botiflers,según apoyaran o no a la nueva casa real. En 1808, España fue invadida por las tropas de Napoleón y nuevamente se vivió la división entre afrancesados y patriotas. A comienzos del siglo XX, cuando los campos de batalla de Europa se comenzaron a llenar de cadáveres, las élites intelectuales españolas se dividieron en francófilos (como Blasco Ibáñez) y germanófilos (Benavente, Baroja). Pues bien, ahora, en el 2010, nuevamente el eje de la geopolítica española pasa por Francia.

Enric Juliana ha glosado ya el artículo de Joel Kotkin, publicado el mes pasado en Newsweek, donde se adjudicaba el epíteto de "Olive Republics" al conjunto de estados que, desde Portugal, se extienden hasta Grecia, incluyendo a España. El resto de Europa quedaba dividido, a su vez, en dos grandes zonas: la "New Hansa" (Holanda, Alemania y los países nórdicos en síntesis) y las "Border Areas" (Bélgica, Hungría, Polonia, Chequia...). Cada país del Viejo Continente queda así englobado en un gran conjunto. Todos menos uno: Francia, que Kotkin no sabe dónde incluir. Su peculiaridad, su perfil, le hacen acreedor de un merecido "Stand-alones" (países solitarios), junto a Brasil, Suiza o Corea del Sur. Si esto es así, el único destino digno de España es aferrarse con fuerza y decisión a Francia. Esta, en la geopolítica europea, se convierte en el agarradero, en el clavo (¿ardiendo?) que vuelve a poner sobre la mesa (como en 1707, como en 1808, como en 1914) el inevitable destino de España: ligarse al destino de Francia o buscar alianzas para combatirla. Al menos, hoy tenemos aprendida la lección: tarde o temprano volveremos a encontrarnos con nuestros vecinos del norte, así pues, mejor que sea ahora, a la quinta ocasión. Deberíamos prepararnos rápidamente para empezar a tratar tres o cuatro temas centrales que deberían nutrir la alianza interesada de España con Francia. Infraestructuras (el corredor mediterráneo es básico para la recuperación económica española y una parte de la jugada depende de la Société Nationale des Chemins de Fer Français, SNCF), agua (del excedentario Ródano o Roine, cuyas aguas ya llegan a Montpellier, hacia las sedientas tierras del sur, encadenando movimientos sucesivos, inteligentes y moderados, de agua entre cuencas, solucionando como en un dominó los problemas que la escasez genera), energía (la interconexión eléctrica de la MAT parece imprescindible por las necesidades de Catalunya), política europea (ante la desintegración del tándem Berlín-París, la flota combinada franco-española puede aspirar a ser invencible en las aguas turbulentas de la Unión) y política antiterrorista (no sólo ETA, también elementos o grupos islamistas asentados en territorio francés, español o norteafricano). A Francia, una alianza así le permitiría extender su influencia (energética, política, comercial, cultural) hacia el sur.Hoy se impone el mismo drama al que se enfrentó Leandro Fernández de Moratín, aquel dramaturgo y poeta afrancesado que tuvo que huir de la España de Cádiz, pero que tiene calle dedicada en Valencia: con Francia o contra ella. España ante una política horizontal (alianzas con las otras repúblicas verde oliva, como Portugal o Italia) o una lógica territorial y económica vertical (alianza con la V República).

Las últimas reacciones, aparentemente incoherentes con su forma de pensar, de Zapatero sobre las cosas que suceden en Francia tal vez se expliquen mejor a la vista de esta variable geopolítica que se está afirmando en el sur de Europa.

Como le pasa al presidente, cada español está de nuevo ante el brete de declararse afrancesado (que lo sea por convicción y corazón o tras un análisis frío como el menor de los males es ahora irrelevante) o seguir en la simpática pero cada vez más liviana e intrascendente comparsa de los países mediterráneos. Yo ya he elegido, pero temo a mis compatriotas. España está cuajada de "aceituneros altivos".

 

23-X-10, Josep Vicent Boira, profesor de la Universitat de València, lavanguardia