A lo mejor daría transparencia que la sociedad incidiera mucho más en la política y no que la política intentase modelar tanto la sociedad. Es una encrucijada inmemorial. La tesis de la sociedad civil ya tiene sus hipocresías y convencionalismos. Es un poco chusco que te inviten a un acto institucional para que los de protocolo te acomoden en la fila de "sociedad civil". Viene a ser meterte en una jaula de purpurina, con docilidad y un vale para un bocata al terminar la sesión. Desde sus butacas, los políticos te sonríen, deseosos de seducir la sociedad civil con el halago pero sin disimular el lenguaje corporal de quien, en realidad, se sabe al timón y perdona la vida a los pasajeros. El político le da al ciudadano un visado para ese algo intangible que llamamos sociedad civil. Claro que la culpa no es de la política. Alguna responsabilidad tienen los individuos al retraerse ante la política porque nada les incumbe menos que articularse como sociedad. Que la articulen los políticos.
Acodado en la baranda del puente, el ciudadano ve pasar las corrientes confusas y extrañas de nuestra vida pública: los okupas y los mossos agredidos, chiquilicuatres y damas con burka, corruptelas y partitocracias, intereses particulares y bien común, Isabel Pantoja y comedores de Cáritas, el paro y la familia como cortafuegos, el mérito y el privilegio, las reformas que no reforman, imanes de Lleida, presupuestos obsoletos, más fracaso escolar, recelo ante la inmigración. Al igual que reses muertas arrastradas por el agua y el fango, pasan esas figuras que ya tuvieron sus cinco minutos de perennidad contando en un plató como sus maridos las engañan con una vecina que es profesora de taichi. Por supuesto, la política es incapaz de ordenar o esclarecer tanta heterogeneidad ni es esa su finalidad, pero predomina en las crestas de espuma, como quien ocupa ineluctablemente un vacío. Andamos entre el político inexpresivo, formulista, y el dos de mayo continuo de Belén Esteban.
El portento de Belén Esteban aúna los atavismos truculentos que contaba el semanario El Caso,la nada como liderato hipermediático y los impulsos inconciliables de un magma social que ha crecido económicamente sin madurar como sociedad. ¿Es Belén Esteban un paradigma de algo? Hubo posiblemente más sociedad civil en aquel Cádiz que convirtió el quehacer constituyente de 1812 en un espectáculo de gracia y palabra docta, ahora conmemorado. Asomaba, incierto, un Estado liberal que tardaría en adquirir una solidez elemental. A eso volvimos en 1978. Falta ahora el Cádiz de las Cortes y sobran programas del corazón. Hay un nihilismo analfabeto. Urgen reformas y a la vez las tememos.
En Italia quedan cosas perfectamente serias como el osobuco y los editorialistas de Il Corriere della Sera.Angelo Panebianco, por ejemplo. En su ensayo sobre la frágil constitución de la sociedad libre recuerda que el derecho es la domesticación del poder político. La política, en fin, a la vez madre y madrastra de la libertad. Cada día el poder político pugna por cosas que son antitéticas: por dar cancha a la libertad y por retraerla ambiguamente. Es un proceso de sustitución que delega en la política lo que sería la acción propia de la sociedad. El estadista más honesto contribuye a la concentración del poder político frente al principio del gobierno limitado, tanto en toda España como en Catalunya. Una sociedad desarticulada, indiferente y pasiva consiente en perder territorio frente al Estado. Por el contrario, una sociedad civil vital usa naturalmente de aquellos espacios de maniobra de los que de otra manera abusaría el poder político.
Desde el puente, se divisa más política que sociedad siendo en cambio la sociedad el motor de la economía y el anclaje de la estabilidad. La frágil textura de las pequeñas empresas ha quedado asolada por la retracción crediticia. El Estado no alcanza, por mucho que responda a las directrices del FMI. Al final, una sociedad maltrecha por la crisis y a la vez readaptada por el sentido de la inventiva tendrá que crecer, producir y competir. No lo hará si los padres no asumen que sus hijos deben estudiar más y mejor, si la universidad se repliega en el corporativismo, si los partidos no abren sus puertas, si los empresarios no arriesgan.
Como se constata en asuntos de orden judicial, incluso los poderes clásicamente divididos alcanzan una relación casi incestuosa. Es un incesto incubado por la partitocracia. Eso es: sin un claro equilibrio de poderes queda perjudicado el pluralismo, la esencia de la sociedad civil. Sabremos si existe una sociedad civil según sea la fuerza del instinto pluralista. En la incertidumbre, una dosis vitamínica de virtudes públicas es oportuna. Las había más a mano, desde luego, cuando las grandezas de la Roma antigua se estudiaban en el bachillerato. Hoy suena a sermón civil de la Primera República. Aun así, sin virtudes públicas la sociedad civil es impracticable. Desaparecen el fair play,el afán de ecuanimidad, una idea del deber. La virtud pública tiene algo de viejo busto desmochado que se guarda en el trastero sin saber si es Cicerón o César. Pero hay que ver cómo han resistido los viejos puentes romanos.
3-X-10, Valentí Puig, lavanguardia