Al calor de la Exposición Universal de 1888 se instalaron en la Rambla los puestos de las floristas, tan celebrados. Al poco se plantaron unas pajarerías sencillas, que permanecieron inalteradas hasta hace unos años, cuando pasaron a ofrecer algo más que pajarillos; y no refiero tanto a otros animales cuanto a productos ajenos.
El cumplimiento de la normativa reciente de la Generalitat, que prohíbe allí este tipo de comercio de animales, se acaba de encauzar de la forma peor posible: la aberrante.
En vez de aves y demás, se venden ahora dulzainas, helados y demás banalidades en serie, pese a que el distrito de Ciutat Vella había justificado tal cambio al asegurar que habría productos artesanales y otras originalidades. En cualquier caso, se estimula todo aquello que se consuma de pie, lo que promoverá una imagen que se deseaba evitar: baratillo y vulgaridad.
Este cambio es inquietante, pero la aberración es otra, la que sigue. Se han suprimido los elegantes, originales y creativos puestos que desde 1997 daban tono al lugar; habían sido proyectados con acierto indudable por el arquitecto Antoni de Moragas. Y se reemplazan por casetas que parecen aprovechadas de una simple feria de muestras o así. Barracas de nivel, pero barraquismo al fin y al cabo.
Parece mentira que les hayan dado una altura que perjudica la relación visual que el paseante podía hasta hoy mantener con las fachadas de la Rambla. Los materiales han sido escogidos con el peor gusto: si la cubierta alarma, observen los tableros que la encajan (recuerdan la baratija del táblex), la tornillería, los acabados, las entregas y una decoración plástica pegada, que se arranca a tiras. El horror se agrava cuando cierran. Y están siendo colocados sin el menor ritmo, a diferencia de los anteriores, lo que explica que tapen casi violentamente las nobles farolas históricas.
Resulta asombroso que ante un tema tan delicado y difícil como este no se haya convocado un concurso. Igual había el propósito de ahorrar... No hay forma de saber quién ha perpetrado este paisaje barraquista. Lo que debió ser un diseño de raza se ha quedado en callejero: petaner.
La Rambla es un punto demasiado sensible y no tiene que encajar esta aberración.
Suprimidos los pájaros, lo mejor es que se elimine todo; no es obligatorio que allí se venda nada. Lo que a la Rambla actual le hace falta con apremio es espacio para que los paseantes puedan andar sin el agobio actual.
2-X-10, Lluís Permanyer, lavanguardia