En París, Balladur, estadista que junto a Chirac, su eterno rival, creció al amparo del presidente Pompidou, tuvo que salir con urgencia en la portada de Le Figaro,poniendo coto al derrotismo de influyentes firmas que pronosticaban el fin de la moneda única europea. Era justo el día en que, en París, Angela Merkel pedía respeto a las reglas del juego. Y avisaba de que "si fracasa el euro, fracasa Europa". Serena y valiente, la Canciller de Hierro propone el modelo alemán, riguroso y sacrificado, pero que, frente a la crisis, sitúa a la industria de su país en vanguardia del comercio exterior, hacia la necesaria estabilidad.
Merkel, sin embargo, no se hace grandes ilusiones. Es realista y soporta con gallardía el cúmulo de críticas que le han llovido de todas partes, empezando por los liberales de su mismo Gabinete y por los suspicaces e indispensables aliados de París. Resiste, convencida de que la razón está de su parte y de los que aún creen en la supervivencia de una Europa libre, y unida, capaz de convivir y competir con las restantes grandes potencias que se reparten el gobierno mundial.
Desde su privilegiado observatorio, el historiador de Harvard Niall Ferguson, tras la victoria del conservador y antieuropeísta Cameron, también opinaba en Newsweek,que el Viejo Continente o va hacia los Estados Unidos de Europa o se queda en el actual inestable y heterogéneo batiburrillo. Terreno abonado, como nunca, para la ofensiva que han desatado los grandes especuladores maleducados en Wall Street, financieros sin fronteras, de dudosos escrúpulos.
Los enemigos natos de todo intervencionismo no se avienen a respetar esas reglas del juego que, ayer mismo, perfilaban los dirigentes europeos, para reafirmar la solidez del hoy endeble euro, sobre bases de coordinación y fiscalización unitarias. La batalla que los ultras tea parties disparan contra Obama y republicanos moderados, en las elecciones primarias yanquis, se centra en la convocatoria de noviembre. Confrontación despiadada, tal como informan las crónicas de Washington de Marc Bassets.
Sus amigos europeos - los tienen muy poderosos-también se agitan esperando que la vuelta a una mayoría radical en el Capitolio les permita corresponder aquí a similar nivel, en suelo propio, y acabar con la mítica idea del federalismo democrático. En España, fijan un primordial objetivo, ya que, hoy por hoy, se les antoja un flojo, confuso y laberíntico eslabón.
Sin aguardar que se resuelva la enigmática deriva, se impone, de lo local a lo global, trabajar con ahínco, valiéndose de propios medios. Cuanto más preparados, mejor será. Siguiendo el ejemplo de alemanes y otros serios europeos, la gran Barcelona y su moderno tejido industrial y comercial puede tenerlo bien. Mucho depende de la confianza que, por su real capacidad, les merezcan los dirigentes de turno.
22-V-10, Jaime Arias, lavanguardia