´La historia de nunca acabar´, Juan-José López Burniol

Un amigo ilustrado, que ha repartido su vida entre el periodismo y la abogacía ejercidos ambos con buen tino, me ha escrito una carta a propósito de mi artículo "La relación bilateral", que me ha hecho pensar. Y, dado que sus observaciones tienen alcance general, voy a contestarle coram populo.Su mensaje es el siguiente: "Escribes en un diario que tradicionalmente ha contribuido al sosiego de los habitantes de un país, Catalunya, en el que posiblemente haya un millón o más de parados. (…) No toda la vida política está circunscrita al debate entre federalismo y confederalismo. (…) Hay otras tareas importantes. (Existe) otro punto de reflexión necesaria y conveniente que echo de menos, (más allá) de una política que apenas interesa al veinte por ciento de la población".

Soy consciente de todo ello, tanto que, de los once artículos que llevo publicados desde mi retorno a La Vanguardia, sólo uno tiene por objeto la política catalana: he hablado del Rey, de los Wittgenstein, de Delibes, de Sardà Dexeus, de Alemania y el marco, de la palabra libre, de la razón y la tradición, de la Iglesia, de las cajas, etcétera. Pero me pareció, con la que está cayendo, que no podía eludir el pronunciarme sobre el antaño denominado problema catalán y que hoy ya es, con plenitud de derecho, un problema español: el de la estructura territorial del Estado. Y repetí mi tesis de siempre -federalismo o autodeterminación-, con la que he aburrido hasta a las ovejas. Pero no me arrepiento de ello, por estas razones:

1. Es cierto -como dice mi amigo- que los problemas graves y profundos que padecen España y Catalunya son otros y van más allá de la reforma de la estructura del Estado. Con carácter urgente, en la actual crisis, los temas acuciantes son la reducción del gasto, el ajuste fiscal y las reformas del sistema financiero y del mercado laboral, digan lo que digan banqueros y sindicatos. Y, más al fondo, la reforma pactada del sistema educativo -hoy bajo mínimos- y de la administración de justicia, y algunas reformas políticas -ley electoral y ley de financiación de partidos- que dificulten la consolidación de sendas castas en las cúpulas de los partidos, integradas por políticos de hoja perenne que en nada desmerecen a los miembros del Sacro Colegio Cardenalicio.

2. Ahora bien, ello no obsta para que siga planteado el problema territorial. Y, del mismo modo que los socios fundadores de una compañía mercantil han de resolver rápido el sistema de administración de la sociedad para dedicarse a lo esencial -producción, comercialización, etcétera-, un Estado ha de definir presto su estructura y gobierno, para centrar su esfuerzo en los problemas de fondo que inciden en la vida de los ciudadanos.

3. De ahí que insista en la necesidad de plantear el tema en términos claros, con la pretensión de que su solución no se demore indefinidamente. Y por ello repito incansable a los españoles de matriz cultural castellana que el Estado unitario y centralista nunca ha sido -nunca ha habido unidad de caja ni unidad de Derecho civil-, ni nunca será. Y por ello reitero a los catalanes que una relación confederal o bilateral con España -de nación a nación- tampoco la alcanzarán nunca, dado que el efecto "café para todos" destruiría el Estado. Sé que muchos me objetan que la relación bilateral ya existe, de hecho, en la actualidad, pero les respondo que no hablo de bilateralidad cultural y económica, que doy por descontada, pues no en vano aprendí de Vicente Cacho que Barcelona siempre ha sido una capital autónoma de cultura; la bilateralidad a la que me refiero es la jurídica, es decir, al sistema de adopción de decisiones, que no puede ser por un pacto entre iguales, sino por acuerdo adoptado en el seno de un órgano multilateral integrado por todas las autonomías -Senado-.

4. Por tanto, si excluimos el Estado unitario y centralista y el Estado confederal, sólo quedan dos opciones: Estado federal o autodeterminación. Con lo que les doy la matraca, aún sabiendo los graves problemas que nos acechan. Pero, antes o después, habrá que afrontar la cuestión. Una hipotética tercera opción -la conllevancia orteguiana- provocaría melancolía y frustración: Madrid es, ahora, mucho Madrid.

Yo también estoy cansado de este continuo dar vueltas sobre el mismo tema, por parte de políticos y asimilados. Por eso recuerdo una anécdota de Estanislao Figueras i Moragas, primer y efímero presidente de la efímera Primera República Española. Cuéntase que un día, presidiendo el Consejo de Ministros, y pese a ser hombre de educación esmerada y pulcritud extrema, dijo en catalán: "Senyors, ja n´hi ha prou. Els hi seré franc: n´estic fins als collons de tots nosaltres". Cogió el portante y no paró hasta París.

18-V-10, Juan-José López Burniol