´Totalitarismo y devastación´, Alfred Font Barrot

La mayoría de las personas viven sus creencias tentativamente, sin agredir a nadie. Admiten los errores como parte del conocimiento, trabajan con hipótesis expuestas a la verificación o a la falsación. Aprenden todos los días algo nuevo, que puede ser contradictorio con lo que creían saber ayer. Aceptan sin angustia las incoherencias del mundo. Son benevolentes. Maduran en tolerancia y en sabiduría.

Otros, en cambio, sucumben a la atracción de los sistemas completos de conocimiento, de las ideologías que proveen una comprensión total del mundo y pretenden una fusión incandescente entre el ser y el deber ser. La adhesión a las doctrinas integrales cautiva singularmente a las personalidades narcisistas, que encuentran en aquellas la coartada adecuada para desplegar un yo frenético, invasivo, que necesita de un protagonismo permanente.

El problema reside en que quienes creen poseer las claves de una comprensión completa del mundo se convierten en totalitarios y perseguidores. La razón es simple. Un sistema integral de conocimiento y análisis ha de ser, por definición, internamente consistente y no admitir prueba en contrario. Como la realidad desmiente una y otra vez tal pretendida consistencia, hay que pasar a la acción. Cambiar la realidad. Prescribir. Obligar a todo el mundo a cumplir con las imaginarias propiedades del sistema completo.

De ahí la famosa praxis. El análisis político correcto. La línea del partido. El adoctrinamiento ad náuseam. Las cartas kilométricas desde la cárcel. La verborrea dialéctica sobre cualquier tema. La inquisición, la censura, el odio mortal al desviacionista. La patológica arbitrariedad de ensalzamientos y caídas en desgracia.

El terrible siglo XX ha suministrado ejemplos estremecedores de itinerarios sectarios. Entre los españoles hay un ciclo muy representativo. El joven piadoso y fanático, después falangista con praxis violenta, que evoluciona bruscamente hasta la socorrida secuencia de comunista ortodoxo y comunista de rostro humano, para acabar sus totalitarios días abrazado a la ecología apocalíptica.

Bueno, peor para él, ¿no? No, por desgracia los adictos a los sistemas completos producen más devastación de la que pueden consumir por sí solos.

13-V-10, Alfred Font Barrot, facultad de Derecho de la Universitat Pompeu Fabra, lavanguardia