La grave crisis por la que atraviesa la zona euro, desatada por los desequilibrios de sus países miembros y de los que Grecia es el caso más relevante, está creando una situación inédita y peligrosa para la estabilidad del euro y, más generalmente, para la cohesión y viabilidad de la eurozona. Son muchas las reflexiones que cabe hacer en este momento y también muchas las enseñanzas que se pueden extraer. Hoy, me concentraré en las lecciones para la eurozona y el euro y en el próximo artículo, en las que debería aprender España como consecuencia de lo que está pasando.
Primero. Tenían razón los analistas que consideraban que una moneda única para la Unión Europea era una apuesta muy arriesgada. Las razones eran de que, en caso de un shock externo con impacto desigual sobre los países de la zona euro, los efectos no podrían contrarrestarse ni con movimientos de mano de obra entre ellos por razones culturales, ni con ayudas procedentes del presupuesto de la Unión, que es muy reducido (algo más del 1% del PIB). Técnicamente, esto se enunciaba diciendo que, a la larga. una moneda única no puede funcionar en una zona monetaria que no es óptima, o sea que no reúne las dos condiciones anteriores. Los americanos, en base a los estudios de Mundell, insistieron mucho en este punto.
Segundo. Las dudas de si adoptando una moneda común tan pronto significaba, en realidad, empezar la casa por el tejado han confirmado su validez. Y más, habiéndolo hecho sin una sólida coordinación de las políticas económicas. El famoso Informe Delors, que dio pie a la Unión Económica y Monetaria (UEM) y, por tanto, al euro, contemplaba claramente este problema y pedía una política fiscal armonizada, pero los países quisieron conservar su jurisdicción en este terreno. La crisis actual ha demostrado que una política monetaria única y una moneda común son incompatibles con políticas fiscales ceñidas a los intereses nacionales.
Tercero. Los llamados criterios de Maastricht, según los cuales los países accedían al euro después de conseguir unas determinadas metas de inflación, deuda y déficit público, no han desempeñado ningún papel relevante para determinar la verdadera capacidad de los países para acatar una disciplina financiera y fiscal continuadas. Estos criterios son una foto fija y, en cambio, la economía es un proceso dinámico. Eso ya se vio y se intentó corregir con el Plan de Estabilidad y Crecimiento. Su ineficacia ha demostrado la falta de voluntad política para subordinar las finanzas públicas nacionales a un marco común que pueda garantizar la estabilidad. Esta falta de voluntad política también está en la base de la actual crisis de la zona euro.
Cuarto. Se pensó que una política monetaria y cambiaria únicas para todos los países de la zona empujarían a éstos a ciclos económicos cada vez más similares. La realidad ha demostrado la incorrección de esta previsión. En estas condiciones, una política monetaria única acaba siendo perjudicial. Debido a la distinta fase del ciclo en que se hallan, unos países pueden necesitar una política monetaria mucho más estricta que otros. Aquí, la lección es que las políticas monetaria y cambiaria solas ni pueden acercar los ciclos de los países miembros ni pueden satisfacer, simultáneamente, los intereses económicos de todos y cada uno de ellos.
Quinto. Se especuló que la creación de la zona euro, con una moneda que fuera fortaleciéndose, blindaría a los países miembros de los embates de los mercados y acercaría los spreads de las deudas nacionales al nivel alemán. En este sentido, la lección más importante de lo que está ocurriendo es que, aun con el euro, los países miembros han acabado siendo los responsables únicos de su política económica individualmente y los mercados han terminado discriminando entre ellos.
Sexto. Los hechos han demostrado que si un país tiene una moneda más fuerte de lo que le corresponde por su nivel de desarrollo y competitividad es posible y de hecho fácil que acabe viviendo por encima de sus posibilidades, porque puede evitar la devaluación temprana de su moneda, como en el caso de que ésta hubiera sido el dracma en Grecia o la peseta en España. Por lo tanto, el euro ha acabado siendo una excelente oportunidad para los que lo han sabido aprovechar y una trampa fatal para los que lo han hecho servir para vivir como ricos.
La construcción e implantación del euro se ha basado, por tanto, en muchas hipótesis que los hechos han derrumbado. En realidad, siempre fue un proyecto altamente político que los técnicos acogieron con reparos. Fue, a fin de cuentas, el precio que pagó Alemania para conseguir la reunificación.
El euro, y por extensión la Unión Europea, se encuentran en una verdadera encrucijada. Como ha demostrado el caso griego, el camino actual de reacciones improvisadas y tardías a los problemas que surjan no tiene futuro. Sólo quedan dos caminos: el de una mayor integración económica que cohesione y fortalezca el grupo y cada uno de los países miembros y discipline su actuación. El otro camino, que los hechos han revelado como posible, es que la eurozona no pueda resistir estos embates y acabe disgregándose. Por eso, sería útil también dedicar el día de Europa, que se celebra hoy, a reflexionar sobre la grave encrucijada en la que la crisis ha situado al euro.