Cualquier día de estos exigen a Grecia que venda el Partenón para salir de la quiebra, amenazan a España con hacer lo propio con el Museo del Prado y conminan a Catalunya para que entregue la Sagrada Família a un fondo de inversión. Eso sí, una vez que el templo haya sido consagrado por el Papa. Algún incauto local incluso se frotará las manos, temeroso de que nos hubieran confiscado, en lugar de una iglesia, un santuario artístico de la modernidad laica como el Centre de Cultura Contemporània, cuyo solar no despierta de momento voracidad bursátil alguna. Los condados catalanes de la vieja marca hispánica somos así en tiempos de confusión. Si la crisis económica y de incompetencia desata una lluvia de fuego, abrimos el paraguas plegable estatutario. Cuando sus varillas se doblan por la embestida de una cuadrilla de magistrados-toreros, cambiamos de tercio y amenazamos con abrir una embajada en la constelación de Andrómeda.
Nuestro relato, nuestro desafío virtuosista, dura menos que la vida de una mosca. Nos quedamos afónicos en menos de 24 horas y con un hilillo de voz proclamamos lo contrario que en la víspera. Lejos de liderar un proyecto de futuro, parecemos empeñados en aparearnos con la improvisación del mercadillo ambulante. El resultado es de sobras conocido: fatiga cuando no desazón; irritación con buena parte de los actores y su decorado de cartón piedra. Si damos por buena la premisa de que la creatividad nace de la angustia, podríamos ser el pueblo más innovador de la Vía Láctea. Pero como permanecemos atascados en una mutación hacia la nada, nos conformamos con no ser Grecia. De momento.
3-V-10, Alfredo Abián, lavanguardia