´Siniestro total´, Xavier Antich

Si no lo veo, no lo creo. Lo contó mi amiga Isabel Sucunza y quienes la escuchamos no dábamos crédito. Parece que la semana pasada, en el concierto de Raphael en el Liceu, se apareció Rocío Dúrcal, y eso que había fallecido en el 2004. Y no sólo para saludar a su colega, sino para cantar con él, en medio de los aplausos entusiastas del público. Hermanados en dos pantallas, se iban pasando la voz y cantaban a dúo. La cosa, es fácil de imaginar, produjo su efecto entre los fieles. Pueden comprobarlo en YouTube, pues el numerito forma parte de la gira.

Ya se sabe que, cuando de horteradas se trata, no ve d´un pam. Pero el caso en cuestión bien puede considerarse un fabuloso ejemplo de la curiosa vuelta de lo siniestro entre nosotros, allí donde lo siniestro disuelve las fronteras entre la vida y la muerte. Ya Pilar Pedraza, en un ensayo memorable, Espectra. Descenso a las criptas de la literatura y el cine (Valdemar, 2004), recorrió algunas de la formas ilustres que, desde los griegos hasta el siglo XX, han presentado la imagen y explorado la fascinación ante el regreso de la muerta junto a los vivos. No es mala ocasión para volver a este trabajo inquietante para explorar algunos perfiles de este tópico de la literatura y el cine, en el siglo XIX y XX, que llenó nuestro imaginario cultural de Pentesileas y Ofelias, zombis y vampiras, de la mano de Poe y Hoffmann, Buñuel y Hitchcock. Un imaginario fantasmal, lleno de mil y unas variaciones de la révenante, esa figura que vuelve una y otra vez a la vida porque, en cierto sentido, está mal enterrada o mal muerta o porque, por los motivos que sean, no se ha terminado de hacer eso que Freud llamaba "el trabajo del duelo".

Es cierto que el montaje siniestro de Raphael tiene antecedentes ilustres fuera de aquí, como el concierto de Natalie, la hija de Nat King Cole, cantando con su padre difunto (la pista también es de mi amiga). Pero no es menos cierto que, en el contexto ibérico actual, con más de cien mil muertos mal enterrados y, por supuesto, sin que haya podido hacerse el duelo por ellos, la anécdota reviste tintes, más que siniestros, grotescamente paródicos. Tal vez sea verdad que la historia trágica está condenada a repetirse como comedia si no como parodia. Porque la aparición póstuma de la folklórica cantando con Raphael ofrece un contrapunto doblemente siniestro en un país que todavía tiene y que, parece, gracias al espectáculo del Tribunal Supremo, continuará teniendo mucho tiempo, a parte de sus muertos en la Guerra Civil sin enterrar del todo y a miles de crímenes sin castigar. El recurso escenográfico no desautoriza la lectura cruel.

Hay que dejar a los muertos en paz, pero para esto, antes, hay que hacer las paces con ellos. Esa es la función secular del duelo y el objetivo principal de la piedad que les debemos. España, ese país que todavía no ha pasado el siglo XIX, tiene una deuda pendiente.

21-IV-10, Xavier Antich, lavanguardia