Existen algunas realidades en las que el mundo demuestra que puede ser un cangrejo y, en lugar de avanzar, retrocede con nervio, eso sí, transformando sus patas en pinzas a fin de alimentar su codicia y poder capturar a sus presas. Una de esas realidades se llama Centroamérica. Allí, la historia es una suma de despropósitos desde hace más de quinientos años: colonizaciones a sangre y fuego, exterminio de indígenas, explotación de sus recursos naturales por parte de multinacionales, sistemas políticos que han extremado la riqueza y la pobreza, guerras civiles, dictaduras militares… Además de cuestiones morales y culturales que colocan a muchos de estos países al borde del estado fallido. No es que allí los relojes se detengan, pero el tiempo corre hacia atrás, implacable a fin de desaprender lo aprendido y destruir la fe en el futuro. Dicen que soñar con un cangrejo es sinónimo de un movimiento retrógrado en la vida. Que significa retrasar, impedir algo, sentir el látigo de la sinrazón. No hay ningún argumento solvente que justifique lo que algunos consideran una epidemia, una patología social o una normalización de la violencia contra las mujeres. El feminicidio.
La noticia asombrosa es que estos crímenes, lejos de erradicarse, se han triplicado en la última década, en especial en Guatemala, Honduras y El Salvador. A diferencia de las muertes por violencia de género, estos son asesinatos impersonales. Casi nunca existe un vínculo con la víctima, que no suele morir a puerta cerrada, sino en lugares públicos. Otra de las características del feminicidio es que la justicia no acostumbra a investigar estos casos; es más, a menudo gobiernos y fuerzas de seguridad están implicados en las redes delictivas. ¿Por qué se han triplicado estas muertes? ¿A qué se debe tanto ensañamiento con mujeres muy jóvenes, que proceden de clases populares cada vez más empobrecidas? La gran respuesta puede hallarse en el deterioro del Estado, que sigue postergando reformas penales y manteniendo una sangrante permisividad ante estos delitos.
En Ciudad Juárez o San Salvador las mujeres no llevan burkas, sus ropas son mucho más vistosas y por tanto su subordinación no es tan llamativa. No existe una charia, ni una reglamentada denigración humana como la que sufren en los países gobernados por integristas islámicos. Pero estamos hablando, en algunos casos, de 100 homicidios anuales de mujeres por cada 100.000 habitantes. Comparar esta realidad con Guantánamo o la selva colombiana, podría parecer demagógico - aunque las cifras y los métodos de tortura sean no sólo comprables, sino superiores-,pero tal vez sea la única manera de entender la magnitud de la tragedia y no sucumbir a la fatiga de la compasión.
Quizá a día de hoy Rosa Franco siga soñando con cangrejos. Hace dos años mataron a su hija adolescente en Guatemala City, una de las ciudades más violentas del mundo. Su cuerpo apareció en un vertedero, violada, torturada, como las 847 mujeres que fueron asesinadas en este país en el 2009. Rosa Franco fue amenazada por un cártel de narcotraficantes porque exigió a los tribunales que investigaran su caso, ya archivado a causa de la descoordinación entre la policía y la justicia y las limitaciones técnicas. Con suerte, pueden llegar a mandar las muestras deADNa la Universidad de Granada, por ejemplo, para que su laboratorio forense las analice. No se qué habrá sido de ella, pero las demandas de las familias de las víctimas continúan cayendo en saco roto. Si el feminicidio sigue siendo un asunto de mujeres, difícilmente podrá ser asumido como un problema global y urgente en un mundo que quiere dejar de soñar con cangrejos.
14-IV-10, Joana Bonet, lavanguardia