Asisto agradecido y emocionado al último espectáculo de Joglars en Madrid. Emocionado, porque me acompaña la Trini, una peluquera canaria arrebatadoramente seducida por la idea de impregnarse del glamur de la cultura catalana en el exilio - o eso ha oído por ahí-,en un afán similar al que debió de sentir Esperanza Aguirre cuando le ofreció a Boadella la dirección de los Teatros del Canal. Agradecido, porque mis admirados juglares celebran su 50. º aniversario - ¡sus bodas de oro!-y, en vez de regalarse con una orgía autorreferencial de confeti y serpentinas, sitúan la acción en el marco incomparable de un asilo suburbial del futuro donde los actores se pudren cual manzanas con gusano ante un mundo pubescente que desprecia la sola idea de envejecer.
Imaginen una España arruinada, un poco a la manera de Cormac McCarthy en The road,donde el azote bíblico que arrasó el paisaje no fue otro que el gobierno Zapatero. Como una herencia más de aquel periodo de zozobra, los artistas de la Zeja tendrían su trocito de historia en el callejero: avenida de Joaquín Sabina, plaza de Pilar Bardem, calle del Pintor Barceló... Una pantalla gigante nos muestra una favela al estilo del Somorrostro donde se alza el Ogar del artista, en la que los supervivientes de Joglars - es decir, los actores de la compañía interpretándose así mismos en la vejez-reciben un Omena-G.La hache se ha caído a causa de una relajación de la norma gramatical: en este futuro a 26 años vista, los jóvenes hablan una jerga incomprensible hecha de SMS y giros sajones, en una sopa de conceptos primarios y ruidos guturales salpicados de tacos comodín como "¡putos viejos!" La presentación del Omena-G está a cargo de una pareja de insufribles fashion victims disfrazados con las propuestas más absurdas de los diseñadores. Se gastan una sonrisa imborrable, de bofetada, y se comportan como si Mercedes Milà hubiera encerrado a John Cobra y Anne Igartiburu en el chalet de Gran Hermano.
Con estos mimbres, Boadella rellena el espectáculo repartiendo estopa para todos los progres del reino a base de chistes dignos de Lina Morgan: de Sonsoles Espinosa y su consorte a Ramón Cin o Miguel Pose, de Pablo Perolo a Willy Toledo (no, ahí no se disfraza el nombre), en esta Federación Iberik,que ya no España, los toros sólo se permiten en Japón, existe un Museo de Arte Reina Leticia, una corporación bancaria llamada La Cacha que lo patrocina todo compulsivamente, una religión llamada Testigos de Obama... Uno no sabe si está en un teatro o en La noche de José Mota,pero de vez en cuando acude la risa tonta. Como cuando una escena potencialmente divertida sitúa a una venérea y fumeta Maruja Torreón como anfitriona de un conciliábulo revolucionario en el que participan Juan Luis Ciprián, Leo Pajín y otros progres. El objetivo es volar el cajero automático del barrio. Pero la irrupción de Pilar Rachola estropea cualquier comicidad por la vía del exabrupto troglodita:
"- Pilar, ¿por qué has tardado tanto?
- Porque hoy he tenido que firmar 24 manifiestos por el derecho al aborto a los nueve años."
Ahí me quedo a cuadros. Y me pregunto si no me habré sumado involuntariamente al boicot contra Boadella o si estaré sufriendo unas paperas nacionalistas, un poco al modo de aquellos ataques de furia que le daban al padre Pujol de Ubú President.Pero miro a la morenaza de la Trini, guanche y nada centrípeta, y veo que pone la misma cara de póquer que yo. Por si acaso, le pregunto qué le ha parecido el chiste: "Una mierda", exclama la niña. Me sabe mal que la Trini extienda su opinión al conjunto del espectáculo. Sobre todo, porque comparto la crítica de Boadella hacia el oportunismo oenegero de nuestra progresía oficial, adicta a sumarse a causas que le salen lucidas y baratas. Qué decir también de la crítica de Joglars al nacionalismo catalán: ¡treinta años de romper concienzudamente las pelotas a un sistema político gregario, opaco y monotemático! Pero, de ahí a la total identificación con la ideología thatcheriano-aznarita-episcopal de la lideresa, hay un trecho que Boadella trasiega con un espectáculo hecho ad hoc para el neonacionalismo neocon-neolib madrileño.
Nada que decir: la derecha también tiene derecho a la catarsis. Tampoco discuto la libertad del cómico para asegurarse el pan a la sombra de un señor feudal: eso ha sido así desde Hamlet. Pero, hoy por hoy, Albert Boadella lleva camino de convertirse en el Josep Maria Flotats de Esperanza Aguirre, una actitud que en el pasado criticó furiosamente. Y esto dice bien poco de la situación del teatro en España: si Pujol tuvo un Flotats y Zapatero tiene a los artistas de la Zeja,¿por qué no va a tener un bufón en el séquito la condesa de Murillo?
Mientras tanto, los admiradores de Boadella nos preguntamos con tristeza dónde está el genio de El nacional o Los virtuosos de Fontainebleau,qué se ha hecho del aquel teatrero iracundo capaz de arrasar con metarrelatos como la Moreneta o el Barça. Boadella hizo arte de tocar a los intocables; ninguno de los burlados en 2036 Omena-G lo es más que el espectador promedio de la claque que llena la sala. La Trini - que de esto sabe más que de teatro-me confirma mis prejuicios cuando me hace notar que la platea huele a laca por doquier. Y, mirando alrededor, meda por pensar que, ante este público sediento de los chistes que quiere oír, Joglars han iniciado conscientemente su etapa de decadencia.
31-III-10, David Barba, culturas/lavanguardia