Barack Obama ha sudado sangre para convertir en ley su promesa electoral de que todos los norteamericanos tengan cobertura sanitaria. No será una ley equiparable a la que existe en muchos países europeos. Pero es un avance social muy importante que permitirá a 32 millones de norteamericanos disponer de un seguro sanitario del que estaban excluidos hasta ahora.
Hasta el 2016 no se habrá aplicado en todos los estados y todavía entonces un cinco por ciento de los norteamericanos no tendrán garantizada la cobertura sanitaria. Pero es un avance social en el que todos los presidentes que lo intentaron se estrellaron en los intereses de las aseguradoras y su fuerza en el Capitolio de Washington. Habría que remontarse a la ley de Derechos Civiles de 1965, firmada por el presidente Johnson. No es lo que Obama pretendía, pero ha conseguido lo que parecía inalcanzable hace unas semanas.
La ley se aprobó con la oposición de todos los representantes republicanos y la de 34 demócratas. Es un año electoral en Estados Unidos, con las elecciones de noviembre que han de renovar toda la Cámara de Representantes y un tercio del Senado. La campaña en contra de la nueva ley sanitaria ha sido muy dura en todo el país, llegándose a equiparar las propuestas con la llegada del socialismo a Estados Unidos. El punto de inflexión que llevó a seis representantes de Michigan a dar su aprobación a la ley se produjo al garantizar que no se utilizará dinero público para financiar abortos.
La democracia norteamericana, igual que la británica, no implica que los elegidos por un partido tengan que mantener su disciplina de voto. La diferencia con nuestro sistema es que los diputados dependen básicamente de los electores y no del partido; es más, valoran que los intereses de sus representados están por encima de lo que dictan las estructuras de los partidos.
Son democracias más abiertas, más participativas, más reales y más libres. Los electores tienen la última palabra, que en el caso de la Cámara de Representantes utilizan cada dos años. Es una excepción inexplicable que un diputado no vote con la consigna del partido en España y en Catalunya. Esta fórmula puede explicar el alejamiento de los votantes de las urnas, pues saben que entregan su papeleta a un partido y no a una persona. La discrepancia en un partido es positiva.
23-III-10, Lluís Foix, lavanguardia