Si Barcelona fuera ambiciosa, pasaría por encima de Collserola, abriría la boca y, de un solo bocado, se comería el Vallès. Y si le faltara inspiración, le bastaría con echar la vista atrás y mirarse en el espejo de Ildefons Cerdà, que no sólo dibujó el Eixample, sino que también se imaginó una ciudad más grande y más completa que la que encontró.
Cada vez que Barcelona ha dado un salto de escala, como en 1886 pero también en 1929 o 1992, a la ciudad le ha salido bien pensar en grande. Cuando no lo ha hecho, como en el Fòrum de les Cultures del 2004, el resultado ha sido frustrante. Barcelona requiere ahora un nuevo salto de escala para proyectarse en el mundo. Pero piensa en pequeño y apenas imagina que pueda haber vida más allá del túnel de Vallvidrera. Y sin embargo la hay. Es el Vallès: dos ciudades de tamaño medio -Sabadell y Terrassa-, cuatro más que llevan camino de serlo -Sant Cugat, Granollers, Martorell y Rubí-, una infraestructura central, la B-30/ AP7 y mucha implantación industrial (de hecho, la tercera concentración industrial española).
Hace ya más de diez años que se habla de la B-30 como de la vía que está llamada a estructurar la nueva gran ciudad metropolitana. Unos la han llamado la "nueva Gran Via"; otros, "la nueva Diagonal". Pero hasta no hace tanto, la idea era puro voluntarismo. Hoy, alrededor de la B-30 se ubican ya grupos farmacéuticos (Esteve, Grifols), de servicios financieros (Banc Sabadell, Catalana Occidente), alguna que otra empresa biotecnológica e instalaciones vinculadas a la economía del conocimiento (la UAB, Creàpolis, el Parc Tecnològic). Finalmente, el próximo lunes se inaugurará el sincrotrón, un acelerador de partículas que funciona como infraestructura para los sectores productivos más avanzados.
Hasta hace una década el Vallès no quería saber nada de Barcelona. Ahora aspira a integrarse y dejar de ser su periferia inacabada. En esto ha evolucionado con mayor rapidez que Barcelona. Compruébenlo en un artículo publicado en www. viavalles. cat por Manel Larrosa, urbanista de cabecera del Sabadell de Antoni Farrés. Larrosa considera que la reinvención de Barcelona requiere integrar esa periferia productiva -el Vallès- de la misma manera que la Barcelona de Ildefons Cerdà supo integrar las áreas industriales de Sant Andreu o Sant Martí de Provençals, o la Barcelona del 92 integró los barrios de aluvión del nordeste de la ciudad.
Para Larrosa, y quizás lleve razón, limitar la imagen productiva de Barcelona al distrito 22@ no es hacer justicia a una realidad económica bastante más diversa. Barcelona, y con ella Catalunya, debe presentarse al exterior como lo que es. Un buen lugar para vivir y hacer turismo; un lugar al cual es fácil atraer talento. Pero no por ello debe renunciar a lo que ha sido el ADN de su éxito pasado: la industria.
20-III-10, Ramon Aymerich, lavanguardia