Que Barcelona haga suya la marca del "mar y montaña", nombre de un plato tradicional de la cocina ampurdanesa, es una buena idea. Las comarcas de Girona la han explotado durante años: poner los pies en el mar de las ruinas de Empúries mirando el Canigó nevado. Barcelona puede, sin duda, capitalizar las formidables características del paisaje catalán: arena y bosque, olas y nieve. Los juegos de invierno son la carta con que Hereu intenta conjurar su mal momento. Se agarra al clavo ardiendo de la mejor Barcelona de la historia. El tiempo dirá si Hereu podrá comerse un buen arroz añadiendo al marisco mediterráneo el conejo pirenaico que se ha sacado de la chistera. Pero una cosa ha quedado clara desde el primer momento: el reto de Hereu entra en contradicción absoluta con la única gran idea estratégica que la Catalunya económica y política dicen compartir: el arco mediterráneo y la eurorregión.
Para desarrollar el liderazgo mediterráneo hay que tener aliados. Yel conejo que Hereu se saca de la chistera amarga y ofende al más valiente y elegante de los aliados que Catalunya tiene en estos momentos: Marcelino Iglesias. Para Aragón, poner en valor el Pirineo es estratégico, mientras que para Barcelona es una nueva manera de mantener vivo el interés del turismo mundial. No es lo mismo. Cuando los catalanes nos quejamos (con razón) de desprecio o incomprensión, deberíamos tener presente que no hay peor ofensa que la indiferencia. Con reiterada miopía, la política catalana ignora las preocupaciones aragonesas. Y ahora Barcelona, optando a unos juegos de invierno que Aragón persigue desde hace muchísimos años, se muestra completamente insensible a las oportunidades de nuestros históricos vecinos. No es sólo un fallo de ética o de estética. Es también un error estratégico: ¿De espaldas a Aragón pretendemos construir la eurorregión mediterránea?
Aunque, a estas alturas, creer que algún líder político catalán tiene en su cabeza un proyecto estratégico por el que es capaz de sacrificar algún beneficio a corto plazo es, ciertamente, mucho creer. En realidad, nadie quiere construir nada. Lo que en Catalunya se practica es el arte de sacar conejos de la chistera. Todos lo hacen. Propugnan leyes, levantan infraestructuras o desarrollan ideas que les permiten conectar con algún sector social o económico. No se preguntan si lo que construyen responde a un guión. Basta con que les permita seguir en el candelero. El president y su partido por un lado; los otros partidos del Govern, a su bola. La oposición, por supuesto, a la suya. ¿Y los alcaldes? A lo que pueden. El último que apague la luz. ¿Sabe alguien adónde vamos? El proyecto del eje mediterráneo (del que el aeropuerto de El Prat es elemento capital) está al margen del debate identitario. Podría ser el gran punto de encuentro de la sociedad catalana. Hoy está más crudo que ayer, pero menos que mañana.
15-I-10, Antoni Puigverd, lavanguardia