Algo estamos haciendo muy mal entre todos. Lo que está ocurriendo en las relaciones políticas entre Catalunya y el Estado -no quiero decir España- no tiene lógica, al menos visto desde la distancia. No es normal que a los pocos meses de negociar la nueva financiación surjan voces, como la del señor Laporta, que consideren ruinoso pertenecer a España. No es normal que el hombre que negoció ese acuerdo, el señor Castells, plantee ahora formalmente un cambio en la relación Catalunya-España. No es normal que el representante del Estado, como presidente de la Generalitat, quiera liderar una respuesta unitaria a una institución de ese mismo Estado. No es normal que esa respuesta sea entendida fuera de Catalunya como un aviso de insumisión. No es normal que otro socialista, Alfonso Guerra, lo descalifique alegando que Montilla está "en la estratosfera". Y, sobre todo, no es normal que una relación siempre difícil, pero siempre razonable, parezca el prólogo de un divorcio. Algo se está haciendo mal entre todos.
¿Qué sería lo normal? Desde luego, que hubiera habido sentencia del Estatut hace dos años. Pero, si no la hubo, no ha sido por hacerle daño a Catalunya, como a veces se insinúa. Ha sido justamente por lo contrario: porque se han pasado mil días tratando de encontrar encaje en la Constitución. Han sido mil días de historias feas, pero también de malabarismos, de vueltas jurídicas, de equilibrios interpretativos, trabajados justamente para salvar el Estatut y evitar la gran decepción. Si al final no se consigue totalmente, no es para humillar a Catalunya, sino porque, con la Constitución en la mano, ese encaje no es posible.
Y ahí es donde habría que situar el debate, no en la estéril y fácil teoría del agravio, que no hace más que enrocar las posiciones. Y no, desde luego, es la grotesca teoría de la insumisión, que honradamente creo que nunca se le ha ocurrido a Montilla. Sin embargo, por ahí va la contienda política, alentada por quienes desean un varapalo constitucional para sustentar sus aspiraciones soberanistas, y explotada por quienes son incapaces de entender que Catalunya tiene derecho a defender sus características propias, nacionales o no, y a avanzar en su autogobierno. Entre unos y otros se echa en falta un territorio de sosiego y concordia. Y, como falta, lo único que avanza es la distancia. El balance de estos días es que Catalunya y España están más distantes que nunca. Jugando con términos de actualidad, se podría decir que Zapatero preside la Unión Europea y la Desunión Española.
¿La solución estará en esa reunión de líderes catalanes y el conjunto de fuerzas políticas españolas que sugiere Antoni Castells? No lo sé. Mejor eso, desde luego, que la formación de frentes, que es lo que están haciendo. Alguien tendría que decirle a la clase política que su responsabilidad es histórica. O rebajan la tensión y entran en un periodo de entendimiento razonable, o una sentencia restrictiva del Estatut será un problema de convivencia nacional. Ya ha empezado a serlo.
9-I-10, Fernando Ónega, lavanguardia