´El tercer problema´, Fernando Ónega

Al final, lo han conseguido: la clase política española, en vez de ser la solución, es el problema. El tercer problema del país detrás de lo obvio, que es el paro y la situación económica. Nuestros políticos nunca habían llegado tan alto en la tabla de inquietudes, ni nunca habían caído tan bajo en el aprecio popular. Que provoquen un descontento mayor que la emigración, el terrorismo o la seguridad ciudadana es uno de los datos sociológicos más inquietantes de los últimos tiempos.

¿Qué está ocurriendo? Hay un consenso general en que ha bajado el nivel, pero eso no justifica que inquieten más los políticos que la seguridad. Se puede culpar a la corrupción, que no conseguimos arrinconar, pero tampoco justifica que salpique a un conjunto mayoritariamente honesto. Mi impresión es peor: la sociedad ha dejado de percibir al político como un servidor público. Lo ve egocéntrico, endogámico, ensimismado, ocupado en sus batallas de poder y ajeno a las inquietudes del ciudadano. Cuando surge algún escándalo, lo encuentra más dispuesto a la defensa del grupo que a la exigencia de responsabilidades. Cuando las dificultades asedian al país, lo percibe más preocupado de salvarse a sí mismo o de culpar al adversario que de aportar soluciones.

Y así, los más serios debates se consumen en la descalificación mutua, donde el insulto o el menosprecio son perfectamente previsibles. La aportación ideológica de quienes ocupan el poder del Estado se limita a denunciar falta de cooperación o responsabilidad a quien ocupa los escaños de la oposición. Reproches del estilo de no arriman ustedes el hombro o cuanto peor, mejor constituyen el eje del análisis profundo de todo un equipo gobernante de la novena o la décima potencia industrial del mundo. Podrían ser brillantes, quizá, en una tertulia del viernes noche en una televisión. Pero con un clamoroso olvido del contribuyente.

La oposición, a su vez, transmite la imagen de que sólo se mueve por sus prisas por llegar al poder. Están tan agobiados por esa urgencia, que esperar dos años les parece una eternidad, y tienen que convencer al votante de que Zapatero y sus ministros son un desastre sin paliativos. Y así, se imaginan que son perseguidos y espiados por el gobierno perverso. Cuando llega una complicación internacional, no muestran el menor patriotismo, sino que buscan la forma de deteriorar al gobierno. Y cuando se arregla el difícil caso de la señora Haidar, sólo entra en su cabeza que hemos pagado a Marruecos con los tomates de nuestros campesinos.

Yel ciudadano, modestamente, se pregunta qué hay de lo suyo. No lo pregunta por egoísmo, sino porque entiende que paga a sus políticos para que arreglen sus problemas, no para que se peleen por el poder. Y un año de estos se va a sublevar ante las urnas y dará su irritante dictamen: todos son iguales. Y, como tantos catalanes, ingresará en el partido de la abstención.

24-XII-09, Fernando Ónega, lavanguardia

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