En el momento de acercar la mano al panel de votaciones de su escaño, algunos diputados se taparon con un periódico para impedir que otros colegas o los periodistas descubrieran su opción. Ocurrió la semana pasada en el Parlament, con motivo de la admisión a trámite de la iniciativa legislativa popular que reclama la abolición de las corridas de toros en Catalunya. ¿Por qué se escondían?, ¿acaso se avergonzaban de su voto? Quizá sólo hacían algo que constituye la esencia del sistema democrático y que todos nosotros damos por supuesto cuando acudimos a las urnas: ejercer su derecho al voto secreto, única garantía de que uno no será represaliado según lo que elija. ¿Por qué entonces nos resulta tan chocante que un diputado se esconda para votar?
La disciplina que los partidos imponen a sus parlamentarios garantiza que una Cámara de representación no se convierta en un guirigay ingobernable. Sin embargo, la férrea intransigencia con la que se practica ha convertido a los diputados en marionetas a los que se les niega la libertad más fundamental. Los grupos parlamentarios se convierten en rebaños de los que derivan unanimidades artificiales. Es incomprensible que en todas las cuestiones cincuenta, cien personas, estén siempre de acuerdo, por mucha afinidad ideológica que compartan. Y eso que hasta la Constitución deja claro que "los miembros de las Cortes no estarán sujetos por mandato imperativo". Los debates lo son por cuanto existe la posibilidad, por mínima que sea, de convencer al otro. Si no, son retórica vacía, mecánica, sin interés alguno.
En el Congreso se ha permitido en contadas ocasiones que los diputados ejerzan su voto en conciencia, siempre por cuestiones que se han considerado más propias de la moral que de la política, por ejemplo, relativas a la fe religiosa. En el Parlament, puesto que no se ha legislado sobre el aborto, la homosexualidad, la pena de muerte o similares, ha resultado curiosa la experiencia al aplicarse a un asunto como la tauromaquia.
Pese a lo peregrino de ese debate, sería estimulante que nuestros diputados pudieran expresarse de vez en cuando con mayor libertad. Ahora que los partidos catalanes discuten una nueva ley electoral, ¿cómo van a estar dispuestos a desbloquear las listas de los partidos si no son capaces de aplicar las posibilidades que la propia Constitución les otorga para hacer de la política algo menos aburrido y previsible? Es una lástima que dos ejercicios de democracia interesantes, como son la discusión de una iniciativa legislativa popular y la libertad de voto para los diputados se hayan producido con motivo de un debate tan apasionado como estéril para el futuro del país cual es el de las corridas de toros. Y es triste que los partidos no muestren algo de vergüenza torera para salir del burladero alguna vez.
22-XII-09, M. Dolores Garcia, lavanguardia