´Risa y miedo´, Toni Orensanz

Argumentos no le faltan a nadie. Tarragona fue capital de los romanos, como todo el mundo sabe, y Reus es una capital comercial de un dinamismo tan sorprendente que hasta tipos como Forges dibujan el mapamundi con esta ciudad como único referente topográfico. La rivalidad es antiquísima y cuando el debate capitalino se pone sobre la mesa, saltan chispas y los encontrarías dispuestos a disparar avellanas a la frente del enemigo. El alcalde de Tarragona ha dicho esta misma semana que la elección de la capital de la veguería puede desatar "una guerra civil". Palabras mayores.

Pero más allá de la comprensión de las razones de cada uno, no habría que perder de vista otro argumento de peso: vivimos en el siglo XXI y, por muy tribales que sigamos siendo, ésta es la era de las comunicaciones. Una era que ha hecho saltar por los aires nuestra concepción del tiempo, de las distancias, de los territorios y del mundo, en definitiva. No vivimos en el siglo XIX, y de lo que hablamos (o de lo que deberíamos hablar) no es de quién terminará acumulando un mayor número de curas, funcionarios o militares, como en las capitales rancias de las novelas de Benito Pérez Galdós.

Atrás y por muy poco queda también el siglo XX, cuando la falta de unidad y de cordura territorial - junto a criterios técnicos-llevó al Camp de Tarragona a protagonizar lo que, hoy en día, todo el mundo ya juzga como un ridículo espantoso: situar la estación del AVE en un páramo que provoca estupefacción a los ansiosos viajeros de la alta velocidad. ¿La estación? Ni tuya ni mía, en el fin del mundo. Así pues, la discusión que ahora se ha abierto entre las dos ciudades, a ratos provoca risa y, a ratos, da miedo, al menos a todos aquellos que no vivimos ni en Reus ni en Tarragona y que, hoy en día, frecuentamos la una y la otra según nos conviene. Miedo porque la desunión entre Reus y Tarragona - más allá del cachondeo folklórico-ha conllevado recientemente grandes perjuicios al resto de la humanidad, y al AVE me remito. No queda más remedio, pues, que dialogar sensatamente de una vez por todas o habrá que apelar a un cierto jacobinismo institucional para que decida, fríamente, lo que le plazca y no lo deje, por el amor de Dios, en nuestras manos.

20-XII-09, Toni Orensanz, lavanguardia