Hay que tener mucho más cambio que antes. Bastantes clientes pagan ahora con billetes de 500 euros", asegura el propietario de un conocido restaurante del centro de Barcelona. Un asesor fiscal corrobora: "Los clientes me dicen que como ya no hacen operaciones han de tirar de lo que tenían atesorado fuera del circuito oficial en las buenas épocas. No es nada raro que te paguen las facturas en efectivo y con billetes de 500". La encuesta de la calle no se contradice con la que recogen los datos oficiales. En julio del 2007, los billetes de 500 euros alcanzaron su cota máxima, 114 millones en circulación, casi 57.000 millones de euros. En octubre pasado la cifra fue de 109 millones de billetes, 54.500 millones. Es decir, que entre el punto más alto de la burbuja y el fondo de la crisis, su volumen se ha reducido un 4,6%. No mucho si se compara con la caída de la actividad económica - especialmente la de la construcción, que siempre ha sentido debilidad por los billetes de más elevada denominación y como los mejores instrumentos para realizar operaciones ocultas a la Agencia Tributaria-o con la sequía del crédito y la anemia del consumo de familias y empresas.
Menos operaciones inmobiliarias, menos plusvalías, deberían haber significado menos billetes de 500 euros en circulación, pero los testimonios mencionados antes señalan lo contrario. A lo mejor es un fenómeno que compensa la reducción de liquidez aplicada de forma drástica por bancos y cajas. Pues aunque los bancos centrales han inyectado más dinero, el sistema financiero no lo multiplica a través del crédito como en épocas de actividad normal. Sin ese efecto, la liquidez es menor que en el pasado.
Y el peligro es que lo sea aún más tras el probablemente precipitado anuncio de Trichet de que el BCE comenzará a retirar las inyecciones monetarias impulsadas durante los dos últimos años.
Otro elemento que puede explicar los nuevos días de gloria de los billetes de 500 es el crecimiento de la actividad sumergida, la que no se detecta ni en las estadísticas laborales ni en los ingresos de la Hacienda Pública, pero que también alimenta la circulación de dinero que no entra en las cuentas de los bancos ni en las nóminas salariales. Si antes era el pelotazo el generador del dinero negro, ahora puede estar siéndolo la precariedad.
Coincidiendo todo ello con el incremento desbocado del déficit público a causa de los gastos derivados de la crisis económica, algunas voces vuelven a sugerir, ciertamente que con voz muy baja, la posibilidad de favorecer la liquidez en la economía mediante algún proceso de regularización fiscal que permitiese aflorar esa masa monetaria para inyectar vitaminas extras a la economía, dinero aflorado ansioso por buscar rendimientos en la actividad regular. Sería además, según sus defensores, una vía para aumentar la recaudación tributaria si, como suele hacerse en este tipo de medidas, se impone un impuesto a los dineros aflorados.
En ámbitos gubernamentales esa idea se barajó, para ser descartada, al comenzar la actual legislatura, cuando comenzó la seguía crediticia y nadie sabía cómo hacerle frente. De hecho, la situación, en términos de fluidez crediticia es hoy más dramática que al inicio de la crisis. Primero era la banca la que no ofrecía, cuando no lo retiraba a quien lo tenía; ahora eso sigue igual pero ya ni tan siquiera hay demanda. Para animar a esta última habría que ofrecerle crédito más fácil y más barato, algo que no ocurrirá a corto plazo.
La verdad es que cualquier propuesta que suene a amnistía fiscal tiene garantizado un rechazo contundente de la opinión pública. Afecta seriamente a la decencia ciudadana, cuestiona la igualdad de trato para todos los contribuyentes en favor de quienes no cumplen con sus obligaciones fiscales y erosiona la confianza en la credibilidad de la acción del Estado. En Europa este tipo de medidas son ya dudosa exclusiva de Berlusconi, el más extraño de todos los gobernantes occidentales y que parece estar viviendo su ocaso político. La misma experiencia italiana se ha demostrado muy negativa en términos fiscales. El mecanismo es diabólico. Tras la primera bula, los evasores esperan aún mejores condiciones en la segunda y después en la tercera, trámite en el que ahora está inmerso el vecino italiano.
6-XII-09, Manel Pérez, lavanguardia