"Lo mejor de los dos mundos". Así se refiere al modelo electoral alemán el profesor Josep Maria Colomer, que presidió la comisión encargada de elaborar un informe para la ley Electoral de Catalunya en el 2007. Y lo cierto es que la elaboración de la siempre aplazada ley electoral catalana parece encontrar en el modelo alemán las coincidencias necesarias entre los dos partidos imprescindibles para aprobarla: CiU y PSC. Naturalmente, son coincidencias generales, sin entrar en la letra pequeña. En general, se trata de un "sistema de representación proporcional personalizada"; es decir, un Parlamento en el que los escaños se asignan por una fórmula proporcional, pero se eligen a través de dos vías: las listas de los partidos y los distritos uninominales donde los ciudadanos pueden escoger a un candidato entre varios (y sale elegido el que obtiene más votos).
En teoría, pues, este modelo ofrece la proporcionalidad en la asignación de los escaños, lo que propicia el multipartidismo, "pero sin la rigidez de las listas cerradas de partidos", y al mismo tiempo permite la cercanía "entre los votantes y los candidatos individuales", pero sin que las minorías queden laminadas, como ocurre en el sistema británico (que entrega todos los escaños al ganador en cada distrito). En la práctica, los electores alemanes tienen dos votos: uno para elegir al diputado de su circunscripción (que componen unos 200.000 ciudadanos con derecho a voto) y otro para definir la composición global de la Cámara a partir del número de papeletas que recibe cada partido (que ha de obtener una cuota de voto mínima). Una vez establecida la cifra total de diputados que corresponden a cada formación política, "se le restan los diputados directos que ya ha obtenido a partir del primer voto", según explica el profesor Agustí Bosch en su Guía del sistema electoral. De ese modo, "cada partido obtiene dos cantidades de diputados: unos diputados directos y unos diputados de lista".
El modelo, según admitió la comisión sobre la ley electoral catalana, "haría aumentar la proporcionalidad", pero fue descartado por no "asegurar una representación adecuada de las diversas zonas del territorio". Y aunque esta objeción la hubiese salvado la existencia de "pequeños distritos uninominales", también fueron desechados porque "la distribución muy desigual de la población" catalana los haría "inevitablemente muy desiguales". Y así ocurriría, efectivamente, con la elección de las 41 comarcas catalanas como distritos uninominales (ver gráfico). De ahí que una posible solución pasaría por subdividir aquellas comarcas que superen una determinada cifra de electores censados, delimitando circunscripciones con un tope máximo de electores. La asimetría se mantendría, pero suavizada y con cifras homologables a las que se dan en otros países.
29-XI-09, C. Castro, lavanguardia