EL levantamiento del secreto sobre parte del sumario Gürtel ha permitido intuir las enormes dimensiones de la ciénaga en la que se han instalado algunos políticos españoles. A la luz de las conversaciones y los documentos desvelados esta semana, parece claro que la red dirigida por Francisco Correa atrapó a diversos cargos públicos del Partido Popular (PP). Y que al atraparlos los hizo partícipes, en ocasiones entusiastas, de sus prácticas delic-tivas. Este caso es de una gravedad singular, tanto por los altos niveles de la Administración que ha enlodado como por la zafiedad de sus inductores. También, y de modo especial, por la resistencia a adoptar las medidas disciplinarias pertinentes. Declaraciones como la de Mariano Rajoy, que en un momento dado recomendó a los suyos una actitud de "indiferencia" ante las sangrantes noticias, o la de la portavoz del Gobierno valenciano de Francisco Camps - "no hay ninguna medida que tomar"-resultan descorazonadoras.
Llueve sobre mojado. El caso Gürtel no ha estallado en el seno de una sociedad impoluta. En Catalunya, los ciudadanos asisten atónitos al rosario de revelaciones sobre la trama que Fèlix Millet dirigía desde el Palau de la Música, defraudando metódicamente la confianza en él depositada. También en fechas recientes hemos conocido la nueva entrega de un viejo abuso, el de los informes encargados por distintos departamentos de la Generalitat, a menudo sobre temas de interés inversamente proporcional a su coste... En unos casos y en otros, la reacción de quienes han obrado incorrectamente ha oscilado entre la negación y el disimulo, mientras ello era posible; y, cuando ya no lo fue, algunos recurrieron al discurso del "y tú más". Es decir, pretendiendo tapar las propias faltas con las del rival, como si todas las malversaciones de caudales públicos no repugnaran y enojaran por igual a los ciudadanos. A veces da la sensación de que, obsesionados en su lucha por el poder, ciertos políticos han olvidado que representan a los ciudadanos, lo cual es siempre preocupante, y más en la presente coyuntura de crisis económica, que afecta severamente al grueso de los españoles.
La situación ha llegado a tal extremo que ya no cabe hablar de fisura en la relación entre la ciudadanía y la clase política, sino de fractura abierta. Resulta urgente reducir esta fractura. Empezando, quizás, por el saneamiento de los mecanismos de financiación de la política nacional y por la reforma legal sobre esta materia. Los principales partidos generan cuantiosos gastos. Cada campaña comporta un sinfín de mítines y eventos - por ahí se introdujo el virus Gürtel-,que dejan facturas muy abultadas. El ahorro que podría lograrse en estas partidas es grande. En la era de internet, y disponiéndose de televisiones públicas, la transmisión de los programas y los mensajes electorales podría efectuarse a un precio poco más que simbólico.
Sólo sobre esta base de saneamiento financiero se puede aspirar a una regeneración moral de la vida política española. Sólo así se detendrá el peligroso proceso de desafección ciudadana, hoy galopante, y se evitará que la fractura se suelde mal y nos depare una cojera democrática permanente. Todavía queda tiempo para reaccionar. Pero hace falta un pacto interpartidista, un ejercicio solidario de responsabilidad y firmeza, que permita a los partidos modificar sus arriesgados hábitos económicos. Desde aquí les emplazamos a consensuar y suscribir dicho pacto. Cuanto antes, mejor.
11-X-09, lavanguardia