ŽKatyn visto por WajdaŽ, Joan de Sagarra

Hace unas semanas, con motivo del septuagésimo aniversario de la invasión de Polonia por los nazis que supuso el comienzo de la Segunda Guerra Mundial, escribí una crónica sobre la masacre de Katyn. El personaje principal de aquella crónica era María, una chica polaca de unos veinte años que se ocupaba de mí, a la sazón (1947) un niño de nueve años, las noches en que mis padres salían a cenar con sus amigos en París. María era una chica triste y a menudo la vi llorar. Era muy hermosa, pero tenía todo el cabello cano, como una anciana: se le había vuelto blanco de la noche a la mañana, cuando tuvo noticia de la muerte de su padre y dos de sus hermanos, oficiales del ejército polaco, asesinados por los servicios especiales del NKVD soviético en el bosque de Katyn (la madre y una hermana habían muerto en un campo de exterminio nazi).

Al final de aquella crónica hacía mención de la película Katyn, que Andrzej Wajda, el director polaco, había rodado tres años antes, y me preguntaba cuándo podríamos ver esa película en los cines de Barcelona. Hoy, la película puede verse en cinco salas (Aribau Multicines, Bosque Multicines, Gran Sarrià Multicines, Renoir Les Corts y Verdi Park), y ello me da pie a volver sobre el tema de Katyn, tal como nos lo muestra Wajda.

La masacre de Katyn, en la que murieron asesinados de un tiro en la nuca cerca de 22.000 oficiales del ejército polaco, podía enfocarse, cinematográficamente hablando, de cien maneras distintas. Wajda era consciente de ello y de hecho, según propia confesión, trabajó con varios guionistas y escritores y tenía diez textos distintos, antes de decidirse por el guión definitivo de Katyn. También confiesa Wajda que no le fue fácil la elección, porque la masacre de Katyn no existía cinematográficamente: su película iba a ser la primera en abordarla y eso suponía una gran responsabilidad. Al final, Wajda optó por enfocar la película desde su vivencia personal, a partir del recuerdo que tenía de su madre, una mujer que aguardaba noticias sobre el paradero de su marido, uno de los oficiales del ejército polaco capturados por los soviéticos (posteriormente asesinado en Katyn). Así pues, la película de Wajda no comienza con la verdad cruda y dura (las terribles escenas de los asesinatos con los que finaliza el filme), sino con esas mujeres que ignoran el paradero de sus maridos, de sus hijos, de sus hermanos... Esas mujeres que recuerda aquel muchacho de 15 años (en 1941) que hoy es Andrzej Wajda, un hombre de 83 años, con una sonrisa jovial.

Poco a poco esas mujeres descubrirán la verdad. Sabrán del asesinato de los suyos a manos de los soviéticos tal como los alemanes habían denunciado al descubrir las fosas de Katyn, una masacre de la que poco después los soviéticos los señalarían como culpables. Conocerían la verdad y al mismo tiempo la gran mentira, la monstruosa mentira urdida por los soviéticos para ocultar su crimen. Y en la película de Wajda, que, no se olvide, es polaco y huérfano de un padre asesinado en Katyn, veremos como aquella verdad penetra en la sociedad polaca y unas veces es asumida y otras rechazada. Vamos, que hay quien no olvida ni perdona y quien es partidario de enterrar a los muertos y mirar hacia el futuro, hacia una Polonia comunista. Esta visión de las cosas es muy sincera por parte de Wajda: no todos los polacos eran unos patriotas o, si lo prefieren, unos bien nacidos, ni todos eran unos angelitos.

Para los polacos, la película de Wajda era de una clarividencia asombrosa. Para el público español puede haber algún punto oscuro. Como el de aquel oficial que resucita, reaparece en Cracovia, milagrosamente salvado de la masacre, y que para justificar que se ha pasado a los soviéticos dice que llegó tarde para incorporarse al ejército del general Anders. ¿Quién era el general Anders? El 4 de agosto de 1941, dos meses escasos después de que estallara la guerra entre Alemania y la Unión Soviética, el pacto militar Sikorski-Stalin estableció las condiciones para la formación de un ejército polaco en territorio soviético, integrado por los soldados polacos que habían sido hechos prisioneros de guerra, arrestados por los soviéticos después de septiembre de 1939. El general Anders, tras ser liberado de Lubianka, las cárceles del NKVD, mandaba ese ejército. El ejército del general Wladyslaw Anders, tras iniciar un largo viaje a través de Georgia, Irán, Iraq y Palestina, llegó a Italia y desempeñó un destacado papel en la batalla de Montecassino. Uno de aquellos jóvenes soldados, el escritor Gustav Herling, cayó herido y fue trasladado a un hospital de Nápoles. Allí conoció a uno de sus ídolos, el historiador y filósofo Benedetto Croce y acabó casándose con una de sus hijas.

Pero esa es otra película. Como hay otra película sobre Katyn vista desde Moscú, otra vista desde Londres o desde Washington o Berlín. La de Wajda está vista con los ojos de la madre del artista polaco, una madre que aguarda noticias. Y esa mujer es Polonia, del mismo modo que, para mí, la hermosa y triste María, que ya conoce la terrible verdad, siempre será Polonia. Vayan a ver la película, me lo agradecerán.

P. S. Acantilado acaba de publicar un libro muy estimable de Józef Czapski: En tierra inhumana.Notable pintor y escritor, Czapski recibió la misión de investigar sobre el paradero de los oficiales polacos detenidos por el NKVD. Lo cuenta en su libro.

11-X-09, Joan de Sagarra, lavanguardia