´¡Presente!´, Imma Monsó

Voces indignadas clamaron esta semana contra la presencia de hijos de dirigentes en la convención del G-20 en Nueva York con el peregrino argumento de que... ¡faltaban al cole! "No es aceptable que menores en edad escolar falten a clase por hacer un viaje", decía uno. "Zapatero y su mujer creen que un viaje es más educativo que ir al colegio, quizás estén introduciendo un criterio pedagógico nuevo", decía (con... ¿ironía?) el presidente de la Asociación de Catedráticos de Secundaria de Catalunya. Y añadía que él no justificaría la falta, pues sólo se puede faltar a la escuela por una causa de "fuerza mayor". Incluso este periódico titulaba: "El mundo de la educación opina que los menores no deben faltar al colegio por ocio".

Hombre, decir "el mundo de la educación" son palabras mayores: yo pertenezco a él y, mira por dónde, opino todo lo contrario. En primer lugar estoy convencida de que a los chavales que han ido al G-20 la movida les habrá resultado la mar de interesante. Vamos, a mí de niña ir a una cumbre de esas me habría chiflado, mientras que ahora, de adulta, más bien lo veo como un peñazo de cuidado. Por otro lado, como actividad extraescolar es vistosa: donde esté un G-20, que se quite la típica visita al Parlamento o la salida al teatro. Por lo que atañe a las hijas de Zapatero, no hay mal que por bien no venga: se habrán enterado a su tierna edad de que viven en un país de inquisidores redomados, pues aparte de las críticas sobre su ausencia del instituto, el ataque lanzado a su forma de vestir resulta simplemente bochornoso.

Pero volvamos a lo de faltar al cole. Aún recuerdo cómo me desagradaba el resentimiento que mostraba una monja (¡desde aquí la saludo, madre Jacoba!), cuando llegaba un alumno que había tenido la suerte de viajar con sus padres. Lo recibía siempre con sarcásticos comentarios. Por mi parte, falté en una ocasión, porque a mi madre le tocó un viaje y, como no éramos ricos, lo aproveché yo. Fue un viaje increíble, precisamente por la edad que tenía, y desde luego la mejor experiencia imaginable en aquel momento. Luego en el instituto falté más, pero no por viajar. Prefería leer, estudiar sola o soñar. Digamos que era una absentista autodidacta.

Ya sé, ya sé: faltar ha estado siempre muy mal visto. Pero siempre he pensado que penalizar las ausencias por sistema carece de sentido. Cuando entré en la enseñanza me chocó un punto sobre el que reinaba cierto consenso: el "muy deficiente" era una nota que se reservaba para los casos perdidos (y que luego fue abolida por humillante). Pues bien: presentarte a un examen y llenarlo de bobadas te eximía del MD y te daba derecho al "insuficiente" (un suspenso menos horrible). "¡MD! - sentenciaba el profesor de turno-,¡porque ni siquiera se ha presentado al examen!". Me parecía raro que se premiara con un "insuficiente" a quien se presentaba al examen por el morro, a ver si colaba, mientras que se penalizaba al alumno que, consciente de su ignorancia, opta por no hacer el ridículo y preservar su dignidad.

Con el tiempo perdí la ingenuidad y descubrí que la dignidad se penaliza casi siempre. Como también la personalidad propia, o la originalidad (ir de gótica en lugar de ir de pija, por ejemplo).

En suma, ya comprendí que lo que se penaliza, y mucho, es salir del rebaño. Lo sorprendente es que, por más que avanza la humanidad (es un decir), ausentarse del rebaño está cada vez más penalizado. Puede que pronto llegue el día en que el Gran Hermano pase lista a diario. Para cuando llegue, espero haber pasado a mejor vida. Eso, al menos, será una causa justificada de ausencia. De las que llaman de "fuerza mayor".

3-X-09, Imma Monsó, lavanguardia