El señor Fèlix Millet se frota las manos. No sólo el juez Juli Solaz, titular del juzgado de instrucción número 30 de Barcelona, todavía (en fecha 26 de septiembre, sábado, en que escribo estas líneas) no le ha tomado declaración como solicita el ministerio fiscal, sino que la noticia del espionaje a los cuatro vicepresidentes del Barça le aparta, ni que sea un poquitito, de la primera plana de los diarios. Si hace unos días la gente se rasgaba las vestiduras, escandalizada ante la grave ofensa a Catalunya - sí, a Catalunya-perpetrada por el ladrón, según propia confesión, ahora esa misma gente, multiplicada por cientos, miles y millones, se rasga las vestiduras y se escandaliza por esa grave ofensa a Catalunya - sí, la misma-que supone el espionaje encargado, perpetrado por el señor Joan Oliver, director general del Barça, con el consentimiento o la ignorancia del señor Laporta. Vamos, que el país se va al carajo.
Me había prometido a mí mismo no escribir ni una raya sobre el affaire Millet, porque ya se ha escrito mucho - y lo que se escribirá-sobre ese desagradable asunto, y por gente mucho más seria y civilizada que yo. Pero en el barrio me acribillan a preguntas. Será, supongo, porque llevo un apellido ilustre,pero lo cierto es que no dejan de acribillarme sobre si lo conozco y qué pienso de él.
Pues sí, lo conozco y sobre todo conocí a su padre, Fèlix Millet Maristany, siendo yo un niño. Su padre era uno de los mecenas del mío, como antes lo habían sido Cambó o el señor Mateu, "en Mateu dels ferros". Cuando, después de la guerra, eso que se llama la cultura catalana era inexistente y no estaba permitido por el franquismo publicar libros en catalán, el señor Millet financiaba, pagaba a mi padre para que este escribiese libros, como El poema de Montserrat, que luego se editaban en ediciones de bibliófilo y se vendían por suscripción y de tapadillo. El señor Fèlix Millet Maristany fue un prohombre de la cultura catalana en los años cuarenta y cincuenta. Yo recuerdo muy bien a aquel personaje hasta el momento en que se funda Òmnium Cultural, no sin diversos enfrentamientos entre personalidades de aquellos años, enfrentamientos que les he oído comentar a gentes de aquel tiempo, protagonistas de los mismos, como Pere Puig Quintana, Maurici Serrahima, Josep Benet o el president Tarradellas, amén de mi padre. De niño, guardo un buen recuerdo del señor Millet. Recuerdo con suma satisfacción el futbolín que el señor Millet regaló a mi padre cuando este cumplió 50 años. Fue durante una pequeña fiesta que hicimos en casa, en nuestro piso de la Bonanova, por la que tuvimos que pedir permiso a la policía, y a la que, con sólo 6 años, me permitieron asistir, hasta altas horas de la noche. Aquel futbolín es el único que he tenido en toda mi vida, yme hizo muy feliz. También recuerdo algunas fiestas en la finca del señor Millet, en l´Atmella, donde tanto él como su mujer se mostraban muy cariñosos con los niños y nos regalaban con unos dulces buenísimos.
Al hijo, la verdad, lo conozco poco. En una ocasión me ofreció formar parte de un grupo de personas encargado de asesorar sobre las actividades del Palau no relacionadas con la música clásica. Eran los años de la nova cançó, cuando los cantantes se derretían por "fer un Palau". Le dije que no, que no era lo mío. Su conducta, la del ladrón, no me ha sorprendido. Eso puede pasar, pasa en las mejores familias. Ni me ha escandalizado (si algo me ha escandalizado es la buena fe,la confianza de las respectivas administraciones encargadas de controlar las cuentas del Palau), pero me ha dolido, por aquello de su padre, que le permitía vivir y escribir al mío, por aquel futbolín y aquellos dulces. Me dolió que fuera un Millet, más que "un dels nostres" (yo no soy nadie). De todo lo que he leído y escuchado estos días sobre el affaire Millet lo que más me ha llamado la atención son las declaraciones del director de un coro que confesaba que los cantantes de ese coro, cuando ensayaba o cantaba en el Palau, tenían que pagarse los bocatas de su propio bolsillo. Durante cuatro, seis, ocho horas de ensayo, el Palau no tenía la gentileza de ofrecer un bocadillo a los cantantes, que actuaban gratuitamente, por amor al Palau. Yo pensaba en los dulces que me zampaba en la finca de l´Ametlla y, cómo no, en los 66.000 euros que Fèlix Millet, el hijo, cobraba - ¡de sobresueldo!-por la gestión del Palau. 66.000 euros, es decir, unos once millones de pesetas… ¡al mes! Y yo pensaba en lo que me dijo un amigo de mi madre cuando, en 1978, el alcalde Socias me nombró delegado de Cultura del Ayuntamiento barcelonés. "¿Cultura? - me dijo ese señor-.Lo siento por ti, chaval, no podrás robar gran cosa". Mi sueldo mensual (del que disfruté durante once meses) era de 134.000 pesetas y, la verdad, dado el miserable presupuesto de la delegación de Cultura, no había gran cosa que robar.
El referéndum de Arenys de Munt, el Estatut (sentencia para octubre, dice la juez presidenta del Tribunal Constitucional), el affaire Millet, el espionaje del Barça, sin olvidar el pequeño escándalo del Consell de les Arts ("Vivre avec nos amis comme s´ils pouvaient devenir nos ennemis (…) n ´ est pas une maxime morale, mais politique", escribió La Bruyère)… Y todo ello en medio de la crisis. Déu n´hi do!
27-IX-09, Joan de Sagarra, lavanguardia