Leo que en Gran Bretaña surge una iniciativa propulsada por la BBC exigiendo al Gobierno la rehabilitación pública de Alan Turing, uno de los grandes matemáticos de la historia. Lo es, sin duda: uno de mis libros de cabecera este pasado invierno fue un grueso volumen donde Stephen Hawking selecciona los hitos de los matemáticos esenciales de todos los tiempos. Pues bien, en este libro Turing ocupa el último capítulo, el gran clásico moderno.
Aprendí de Turing gracias al cine y a la literatura. Se le cita en la novela 2001, una odisea del espacio,como el genio precursor de las computadoras, padre científico de Hal 9000. Y supe también de él en las diversas narraciones literarias, fílmicas y televisivas sobre la clave Enigma, es decir, el sistema de comunicación puesto en pie por los nazis que fue descodificado por Turing, sirviendo así de manera descomunal a la causa de la libertad.
Pero si estos son algunos de sus méritos, ¿a qué viene la necesidad de rehabilitación? Bueno, lo que ocurrió es que Turing declaró su homosexualidad en un tiempo que estaba penado en Gran Bretaña, se le acusó por ello, fue perseguido, acosado y castrado, hasta llevarle al suicidio dos años más tarde de su declaración. Este acoso a un héroe cívico es el que ahora quiere ser resarcido.
Consulto la página de la BBC y veo que el número de solicitantes es de 5.500, y entre ellos destacan al escritor Ian McEwan y el científico Richard Dawkins. No sé si el número va a crecer, pero no debería hacer falta. Una sociedad culta y exigente no debe dejarse llevar por ningún afán cuantitativo. Porque justamente lo que es destacable de esta iniciativa es su carácter ejemplarizante. Prefiero que sean 5.500 y no más, porque lo que está en juego no es un referéndum, sino como una sociedad corrige sus propios errores para no repetirlos.
No sé por qué les cuesta tanto a algunos gobiernos pedir perdón sobre algo que otros han hecho. Pero puestos a ello, convirtamos esta dificultad en solemnidad. En el caso de Turing se trata de romper una hipocresía social monstruosa, la de un sistema represivo que incluye a los ciudadanos que lo alentaron y consintieron. Es decir, no hace falta reparar nada de Turing. Lo que hace falta es que un país haga un autoanálisis del porqué sus instintos más atávicos fluyen y perduran durante tanto tiempo y en qué cosas de ahora podemos detectar su reaparición. Sólo así, lo de Turing y sus 5.500 habrá valido la pena.
2-IX-09, Jordi Balló, lavanguardia