´La séptima generación´, Daniel Arenas

Según la Gran Ley de los indios iroqueses, en cada deliberación debe considerarse el impacto sobre las próximas siete generaciones. Es una manera de ir construyendo una relación más armónica con la naturaleza sin llegar al ecocentrismo - que comporta una sacralización de la naturaleza y choca con supuestos fundamentales de nuestra tradición-.Se nos hace sumamente extraño no situar al ser humano como fin último. Pero, al focalizar la visión en una séptima generación se va moderando mucho nuestro recalcitrante chovinismo antropocéntrico.

Los problemas medioambientales se convierten en una cuestión de justicia intergeneracional. Normalmente, hacemos una especie de descuento cuando pensamos en nuestro bienestar en relación con el de las generaciones futuras. El de las futuras vale menos que el nuestro. Y cuanto más lejos en el tiempo, menos vale. Como esto viola el principio ético de imparcialidad, recurrimos a la creencia de que las generaciones futuras vivirán mejor que nosotros; con lo cual, lo injusto sería exigir nuestro sacrificio. Confiamos en que las oportunidades brindadas superen siempre los problemas ocasionados, que el capital tecnológico, científico y económico que transferimos sobrepase con creces la posible disminución en capital natural. Pero ya no estamos tan seguros. Lo más probable es que algunos vivan mejor que nosotros, y otros peor, o mucho peor. Sabemos que algunas de las cosas que valoramos de la naturaleza pueden perderse para siempre y que su capacidad de regeneración continua ya no es imperturbable.

Los iroqueses hablan de tener en cuenta a los que vivirán dentro de unos 150 años. No es nada fácil adoptar esta perspectiva; ni hacia delante ni hacia atrás. ¿Qué les diríamos a nuestros antepasados de 1859? Sin duda, mostraríamos un profundo agradecimiento por Madame Bovary,El origen de las especies,el inicio del canal de Suez y el primer teléfono de Meucci. También reprobaríamos y advertiríamos sobre las consecuencias del colonialismo europeo en ÁfricayAsiao la persistencia de la esclavitud en Estados Unidos. Pero ¿qué les diríamos sobre los primeros pozos modernos de petróleo en Pennsylvania?

Se nos hace difícil este ejercicio porque somos resultado inseparable de millones de decisiones y acciones, algunas de las cuales también han conllevado el deterioro del planeta o problemas sociales de largo alcance. Parece que las generaciones no tienen derecho a quejarse por el legado recibido, simplemente porque la alternativa es, en realidad, no haber existido. Nuestra existencia va con todo el paquete: o lo tomas o lo dejas. Y, normalmente, la gente está agradecida por el simple hecho de existir. Pero este rompecabezas filosófico puede sortearse. Sea quien sea el individuo de las futuras generaciones, podemos suponer una serie de expectativas y derechos.

Las teorías éticas han pecado de presentismo. Y nuestro instinto moral parece debilitarse con la distancia temporal o espacial. Siete generaciones nos quedan muy lejos pero debemos buscar modos de despertar o educar este instinto, de ensanchar nuestro horizonte temporal. Debemos pensar mecanismos para incorporar en nuestras instituciones el punto de vista de las generaciones futuras. ¿Qué nos pedirían si pudieran hacer oír su voz? ¿Cómo serían unos consejos del Futuro que velasen por sus intereses dentro de las empresas y organizaciones de cierto tamaño?

11-VIII-09, Daniel Arenas, Profesor del Instituto de Innovación Social de Esade (URL), lavanguardia