´El fotomatón´, Florencio Domínguez

Hace algunos meses ingresó en prisión un acusado de violencia callejera procedente de una localidad de la margen izquierda de Vizcaya. Recién llegado a la cárcel, en la primera comunicación con su familia, la principal preocupación que expresó el recluso era saber si ya habían colocado su fotografía en la herriko taberna y si en la foto había salido guapo.

Las fotografías de los miembros de ETA y de su entorno se colocan en lugar destacado de la herriko taberna de su localidad de origen apenas entran en prisión y allá permanecen expuestas hasta que el retratado sale de la cárcel y acude a quitar la imagen personalmente. La escena de la retirada de la foto es uno de los rituales incluidos dentro de los actos de recibimiento que se organizan a los presos etarras cuando recuperan la libertad. Pero si el recluso rompe con ETA, su foto desaparece del local abertzale. Ese preso ya no existe para la comunidad de simpatizantes de ETA.

El número de reclusos de cada localidad o de cada barrio puede adivinarse por las fotografías que aparecen en el correspondiente bar de la izquierda abertzale. Cada vez que hay una manifestación importante una furgoneta aparece en el lugar y reparte banderas y las fotos de los etarras presos en un cartel situado en el extremo de un palo. Los familiares o los amigos se encargarán de pasear la imagen en el lugar principal que les han reservado los organizadores, que suele ser cerca de la cabecera, justo detrás de la ikurriña. Luego hay que devolverlas a la furgoneta para la próxima ocasión.

El preso y su foto ocupan un lugar simbólico central en la vida política del entorno etarra y por eso se exhiben en cada momento. La existencia de terroristas presos es la mejor evidencia de que hay un conflicto político y, al mismo tiempo, es un factor movilizador de los círculos más cercanos al recluso: los familiares, las cuadrillas de amigos, los conocidos de estudios, del barrio o del trabajo, etc. El preso es la última razón de adhesión a la causa etarra cuando ya se han perdido las demás razones: "Si sigo es por los presos", escribió José Luis Urrusolo Sistiaga cuando empezó a mostrarse desengañado por el funcionamiento de ETA y en conflicto con los jefes de la banda.

Los sectores políticos afines a ETA realizan un trabajo de agitación permanente en torno a los presos porque saben que para mucha gente la solidaridad con los reclusos es un factor sentimental que les lleva a respaldar las actividades de la banda terrorista o a secundarlas de forma pasiva.

En realidad, el preso tiene muy poca capacidad de decisión real en el seno de ETA, pero la banda y su entorno se esfuerzan para que se sientan arropados y no tiren la toalla porque si una cantidad importante de reclusos abandonara la violencia, entonces sí que provocarían una crisis. Los homenajes a los reclusos, en el fondo, son una forma de trabajar en favor de la continuidad de ETA.

29-VII-09, Florencio Domínguez, lavanguardia