Cada nuevo informe sobre la situación de nuestro sistema educativo confirma nuestras sospechas. Esto no marcha. Pero si la situación es grave para todos, para la escuela pública comienza a ser alarmante. Parece que se está degradando la aureola de apertura y calidad que se ganó en la transición y corre el riesgo, especialmente en las zonas urbanas, de perder interés para la clase media. Si la clase media abandona la escuela pública, esta perderá una de sus razones de ser, porque los alumnos de clase media poseen una capacidad integradora insustituible. En torno a ellos se crean de manera espontánea redes de relaciones que ponen en contacto a los extremos sociales. Nos hallamos en estos momentos en una situación límite. Nada está aún determinado, pero todo está a punto de decantarse. Por eso es urgente que la escuela se pregunte seriamente si está respondiendo o no a los retos sociales.
Ha dejado de ser evidente que esté ofertando a las familias de clase media lo que estas insistente e irrenunciablemente demandan: posibilidades creíbles de ascenso social. En este sentido creo que le hacen un flaco favor a la escuela pública quienes, confundiendo la pedagogía con la calipedia, cada vez que se publican datos escolares deprimentes, salen a objetarlos inmediatamente alegando que lo único que debe preocuparnos es la felicidad de nuestros alumnos y despreciando, como una reivindicación conservadora, la educación del esfuerzo y el fortalecimiento de la voluntad. Lo progre (lo paleoprogre), por lo visto, sería la creatividad desarraigada y la fluidez sin categorías.
Pero son muchos los padres que no envían a sus hijos a la escuela para que sean felices, sino para que adquieran herramientas que les permitan ser lo menos infelices posible en sus relaciones presentes y futuras con el mundo realmente existente. Estos padres no tendrían inconveniente en que a sus hijos se les hablara menos de valores y se les inculcara más la diferencia nítida entre lo bueno y lo malo; se los estimulara menos a aprender a aprender y se robusteciera su atención profunda; se apreciara más su posesión de conocimientos y menos la búsqueda sin norte de información.
Cada día comprueban que es imposible buscar en Google lo que no se sabe que existe. Pero no conviene olvidar que a los poderes públicos les corresponde establecer la orientación general de la escuela y, en este sentido, no parece que hagan lo posible para evitar su degradación, con los riesgos sociales que ello comporta.
24-VII-09, Gregorio Luri