Sólo un necio confunde valor con precio, afirmaba Antonio Machado. Necio es el que ignora algo que podía o debía saber. Y por eso Fernando Trías de Bes, el autor de La buena suerte,ha bautizado como síndrome del necio al conjunto de síntomas que padecen los que entran en espirales especulativas, en las temidas burbujas. Siempre teniendo en cuenta, remarca, que todos podemos contraer este síndrome, ya que la tentación de ganar dinero es universal.
EL HOMBRE QUE CAMBIÓ SU CASA POR UN TULIPÁN
Fernando Trías de Bes
Temas de Hoy.
Madrid, 2009
254 páginas
18,50€
Baste ver los ejemplos históricos de burbujas que analiza Trías de Bes en El hombre que cambió su casa por un tulipán. Ejemplos que recuerdan que casi todo estaba inventado, desde el comercio de futuros hasta la titulización de las deudas. El primero de los casos que cita es la fiebre de los tulipanes en Holanda (1636-37), ocurrida gracias a que un extraño virus atacó a las plantas y les produjo caprichosas llamaradas de pigmento en las flores. Si los tulipanes ya eran símbolo de estatus en el país, los tulipanes afectados pasaron a ser algo excepcional. Además, a raíz de unos encargos desde Francia, se pensaba que los galos impondrían los tulipanes al resto del continente. Empezó la fiebre y, gracias a unos primigenios contratos de futuros, se vendían y revendían los bulbos que, plantados en algún jardín, un día crecerían y darían pingües beneficios. Los tulipanes - como los productos financieros que han llevado a la actual crisis-se bautizaban con nombres rimbombantes como General o Viceroy: un futuro Semper Augustus se vendió por cinco hectáreas de tierra. Cuando la burbuja estalló, las deudas eran tales que el Estado transformó de un plumazo los contratos de futuros en sólo opciones de compra, pagando nada más que el 10% del precio estipulado.
El segundo caso del libro, el de la Compañía de los Mares del Sur en Inglaterra, en la que perdió dinero Newton, impresiona: en 1711 el gobierno cambió la deuda pública por acciones de esta compañía que tenía el monopolio del comercio con América del Sur, un negocio al parecer redondo... pero que en realidad el tratado de Utrecht limitaba a un barco al año con capacidad para 500 toneladas. No importaba. La especulación fue salvaje y sólo se desplomó al hundirse la compañía gemela con la que Francia se deshizo de su deuda pública.
Ya en el crac del 29, Trías de Bes recuerda la importancia que tuvo la compra de títulos a plazo con fianza, siendo los propios agentes de cambio los que, como intermediarios de otras entidades, prestaban a sus clientes porque ganaban una comisión con cada préstamo. Algo cercano a la crisis actual en la que los bancos americanos necesitados de conceder muchas más hipotecas, porque los tipos de interés habían bajado y les quedaban menos margen, las otorgaban a clientes poco fiables, y las exportaban titulizadas a medio mundo... concediendo nuevos créditos a los clientes hipotecados para que pudieran pagar el crédito anterior y titulizándolo de nuevo en los mercados internacionales...
Exceso de confianza, engaño consentido o autoengaño, envidia del beneficio ajeno, lógica irracional, confusión entre valor y precio, no reconocer que no se sabe, toma excesiva de riesgos y tardanza en asumir la pérdida son los síntomas eternos, dice, del síndrome del necio. Síndrome que lleva a situaciones como la actual, que cree que, de seguir los patrones habituales, durará cinco años, más o menos según lo bien o mal que la afrontemos. Las responsabilidades, dice, están repartidas, desde bancos centrales con tipos de interés muy bajos hasta agencias de calificación haciendo mal su trabajo o políticos incapaces de ponerle el cascabel al gato de la burbuja para no perder el poder. Y todos arrastrados por la codicia, capaces de cambiar casas por tulipanes y, siempre, dispuestos a olvidar.
7-VI-09, Justo Barranco, dinero/lavanguardia