´Fuster o no Fuster´, Martí Domínguez

Tiene mucho mérito que el pensamiento de Joan Fuster siga provocando apasionadas polémicas. Muchos escritores desearían que, casi veinte años después de su muerte, sus ideas siguiesen tan vivas y fueran revisadas tan a fondo como las del solitario de Sueca. Algunos acusan a Fuster de todos los males (c´est la faute à Voltaire),e intentan anular su magisterio, y otros lo defienden a capa y espada (c´est la faute à Rousseau),con valoraciones hagiográficas que a la larga perjudican al homenajeado. Y entre ambos grupos se produce un abismo de incomprensión, cuando no de odio y disgusto, que dificulta un diálogo sosegado e inteligente.

Hace unos años, con motivo del décimo aniversario de su muerte, escribí, en El País,un artículo titulado Tótem Fuster,enel que advertía del riesgo de sacralizar la figura del escritor de Sueca. Fuster no es un santo, dije en aquel momento, y aquella opinión me reportó algunas críticas. Hoy en día la mantengo: Fuster era un hombre complicado, ácido en sus opiniones, corrosivo en su trato. Su personalidad se percibe perfectamente en su correspondencia, esa magna obra que fue construyendo paso a paso y que constituye uno de los documentos más excepcionales, ricos y conmovedores de la literatura catalana. En sus cartas aparece Fuster con todos sus vicios y registros: el intelectual exigente e informado, el animal político, el trabajador incansable. Fuster construye su inmortalidad, y aquella correspondencia - como la de Voltaire desde Ferney-levanta acta de su titánico empeño: desde un pueblo de la Ribera del Xúquer, aquel hombre sin recursos proyectó una luz tan insólita como deslumbrante. Pero en esta correspondencia también aparece reflejado el Fuster más humano (ese Fuster aún inédito: el doméstico): las dificultades de la creación, las rivalidades intelectuales, el deseo legítimo de abandonar el magisterio de otros escritores (muy comprensible en el caso de Xavier Casp). A veces Fuster hace de Bernat i Baldoví, y pone agudos motes a sus oponentes, saca su vena más satírica y vulgar, del todo inesperada en un escritor de su altura; en otras, vemos a un Fuster que puentea a sus colegas, con el deseo de trascender, de salir como sea del hoyo del anonimato. El Fuster más humano se encuentra en esta correspondencia, que arroja mucha luz sobre su personalidad.

Yaun así, me declaro fusteriano. Sin su brillante trabajo y sin su obra ingente este país sería muy diferente. Fuster dignificó el uso de nuestro catalán para el estudio erudito, demostró que nuestra lengua vernácula era apta para algo más que versos floralescos, que era posible utilizarla para el discurso académico, para el ensayo, para las glosas políticas. De pronto - y ese descubrimiento lo vivió el propio Fuster durante su juventud-hizo explícito que el catalán, aquel catalán que se hablaba con cierta vergüenza fuera de los círculos familiares, era tan indicado para el estudio más exigente como cualquier otra lengua. Este optimismo, y aquel brío algo arrogante, lo contagió a una parte significativa del gremio universitario: el magisterio de Fuster arraigó especialmente entre los jóvenes, que encontraron en él un proyecto lleno de vitalidad. Sin duda, sin su influencia buena parte del profesorado valenciano que ha desarrollado su carrera en catalán lo habría hecho en castellano, sin ningún tipo de escrúpulo lingüístico. Es cierto que su influencia fue respaldada por importantes personalidades, como Manuel Sanchis Guarner, Joan Reglà o Miquel Dolç, pero el motor - el paradigma-fue Joan Fuster.

Por tanto, cuando algunos analistas proponen pasar página, y abandonar los postulados fusterianos, me pregunto por qué motivo. Hasta el momento, todas las opciones antifusterianas (que se han llamado terceras vías)han resultado ser grotescamente infértiles, a menudo por no ser más que una nueva tapadera del trasnochado regionalismo bien entendido. Da la sensación que para algunos sería mucho más sencillo si en Valencia el uso del catalán se circunscribiese exclusivamente a los eventos folklóricos, si fuese tan sólo apto para los llibrets de falla, para decir Amunt Valéncia (sic) y para entonar nuevas glorias a España. En ocasiones esta actitud se percibe también en Catalunya, donde el uso del catalán sigue resultando conflictivo y donde la figura del escritor de Sueca también es incómoda. Fuster es una referencia y un ejemplo nada fáciles de esquivar, y la luz de aquel faro insólito que se erigió en Sueca, casi por generación espontánea, sigue iluminando, ycon contumaz insistencia, todo el país, desde Salses a Guardamar.

Ni un deseo legítimo de reconducir la situación valenciana, ni una crisis económica tan salvaje como la que nos azota estos días, pueden dejar de lado todas estas cuestiones. ¿Acaso los catalanes pueden establecer un fértil diálogo con alguien como el presidente de la Diputación de Valencia que recientemente afirmó en un acto público que los que dicen aleshores y gairebé son gilipollas? ¿Pueden los catalanes - motivados por el aparente milagro valenciano-seguir los pasos de unos dirigentes políticos implicados en tramas de corrupción, como en el caso Gürtel (entre ellos Francisco Camps, presidente de la Generalitat) oenel caso Naranjax (Carlos Fabra, presidente de la Diputación de Castellón)? ¿Pueden los catalanes venir a Valencia y establecer un fructífero contacto con su alcaldesa, la cual tras veinte años en el consistorio del Cap i Casal es incapaz de pronunciar una frase entera en el idioma de su pueblo? ¿Qué modelo político y cultural puede exportar este gobierno valenciano que resulte de interés para los catalanes? ¿Y pueden los catalanes hacer negocios con esos dirigentes que ningunean - cuando no persiguen y silencian de una manera activa e impenitente-a los que crean en catalán? ¿Acaso es posible, en estas dramáticas circunstancias, disociar lo geopolítico de lo cultural?

La respuesta a estas cuestiones es evidente. La única manera de superar el fusterianismo es desde el propio fusterianismo, desde sus planteamientos de base, que resultan insoslayables para cualquier analista honesto. La cuestión de fondo es siempre de identidad: Catalunya no puede aliarse - ni aunque sea económicamente, por mucho arco mediterráneo que queramos construir-con aquellos que amenazan su propia razón de ser. Lo que le ocurra al País Valenciano, antes o después le ocurrirá a Catalunya, porque para desgracia de algunos estamos singularmente unidos en el destino. Fuster percibió esta situación con insólita clarividencia, y abandonó, con generosidad y deseo de servir a su país, sus investigaciones, ensayos, versos y sobre todo lecturas para dedicar buena parte de su tiempo a esta tan árida como ingrata cuestión. Muchos de nosotros, que nos dedicamos a la creación literaria, también nos vemos obligados a debatir sobre estos asuntos, extravagantes en cualquier nación normal. Lo hacemos desde la probidad, con el deseo de plantar cara a los que nos desprecian con su silencio, y de vivir y crear en catalán con dignidad. Y por más que lo pienso, creo que Joan Fuster sigue representando en muchos aspectos el progreso, el único camino posible. Incluso, como sostengo en un próximo artículo en L´Avenç,me atrevo a vaticinar que Catalunya será fusteriana o no será. Grosso modo, claro. Pero ahí queda el adagio hamletiano: Fuster o no Fuster... Y que me lo rebata quien quiera y pueda.

3-VI-09, Martí Domínguez, periodista, narrador y ensayista. En el 2007 ganó el premio Josep Pla con la novela ´El retorn de Voltaire´ (Destino), culturas/lavanguardia