´El boquerón y la anchoa´, Josep Maria Ruiz Simon

En su penúltima entrega, el semanario neoconservador estadounidense The Weekly Standard despacha a los lectores un artículo en el que Stephen Schwartz, colaborador de la revista de Bill Kristol, se explaya en el repaso de algunos libros recientes sobre el franquismo, en particular en el de Stanley Payne sobre Franco y Hitler,de cuyo enfoque discrepa, y en los de Matilde Morcillo Rosillo sobre S. R. Radigales y los sefardíes de Grecia (1943-1946) y de Xuan Cándano sobre El pacto de Santoña (1937): La rendición del nacionalismo vasco al fascismo,cuyo material usa sin demasiados escrúpulos para barrer para casa. La pieza tiene como título Spanish revision. What we know, and what we think we know, about Franco y sustenta sus argumentaciones sobre una tesis que vuelve a poner de manifiesto que no faltan quienes opinan que, debidamente reciclada, la historiografía franquista resulta sostenible. Mantiene Schwartz que Franco, un hombre de la derecha tradicional española, encarnó una respuesta contrarrevolucionaria, y para nada fascista, a una profunda crisis social y puso en marcha un régimen dictatorial pero tolerante y con poco en común con los de Hitler y Mussolini; un régimen en el que, ya desde mediados los cincuenta, se planificó la salida democrática de la dictadura en una estrategia en la que el propio Franco participó al elegir como sucesor al príncipe Juan Carlos, un defensor de la democracia.

En el relato de Stephen Schwartz, Franco es el católico cabal que frenó el estalinismo ateo y, de acuerdo con una leyenda en boga, el gran amigo de los judíos que salvó a cientos de sefardíes del holocausto. El suyo es, en resumen, un Franco previsible, convenientemente cocinado para consumo de neoconservadores.

Si he reseñado su retrato es como pretexto para hablar del retratista. Schwartz es un neocon de segunda generación que comparte con algunos de los miembros más destacados del núcleo fundacional del movimiento, como el padre de Bill Kristol, un pasado trotskista que, en su caso, le llevó a colaborar, con Víctor Alba, en la redacción de una historia del POUM, antes de convertirse al islamismo en su versión sufí cediendo tardíamente a una tentación que, al parecer, le asaltó a los 17 años mientras leía a Ramon Llull. No puede pasarse por alto la presencia de la cultura catalana en su trayectoria. No dudo que algún día, cuando llegue una presidencia propicia, se le concederá una Creu de Sant Jordi. Mientras no llega ese momento, podemos reflexionar sobre las afinidades electivas que explican que el ex trotskista que hace unos años lanzó la hipótesis del asesinato del Walter Benjamin a manos de agentes soviéticos yque ahora pinta a un Franco beatificable y filosemita, y el musulmán moderado que, desde la dirección del Center for Islamic Pluralism, teoriza contra el islamofascimo puedan ser, como el boquerón y la anchoa, el mismo pescado.

2-VI-09, Josep Maria Ruiz Simon, lavanguardia