Una de las principales pegas de ser usuario contumaz de una lengua como la catalana es que algunas cuestiones ordinarias devienen extraordinarias. Por ejemplo, la cantidad suplementaria de energía que debemos consumir para usarla con naturalidad en cualquier ámbito de su dominio lingüístico (y no pienso consumir más, ahora mismo, para encuadrar el vocablo dominio en la terminología universal consensuada por la ciencia lingüística, de modo que si no lo entiende, busque hojas de parra). Quienes viajan confortablemente instalados en la normalidad de su monorraíl monolingüe no pueden ni sospechar los acelerones que experimentamos los usuarios de las montañas rusas de las lenguas que la sociolingüística denomina minorizadas.Nuestro trayecto trepidantesco incluye algunos loops recurrentes por los que, te guste o no, pasarás. Uno de ellos es denunciar la marginación de tu lengua en cualquier ámbito de la existencia, público o privado. Por ejemplo, en el cine, en el etiquetaje o en las instrucciones de uso de los electrodomésticos. Que si el móvil no me da la opción de poner los menús en catalán, que si sólo una marca de GPS me ofrece una voz que me habla en mi lengua, y así hasta el hastío. Muchos claudican sin más ante este sobreesfuerzo cotidiano, otros protestan incansablemente y algunos, al conocer estas protestas, fruncen el ceño y las tildan de obsesivas, o las ridiculizan (en nombre de la libertad, ejem, señores de Air Berlin), o incluso inventan otras de signo contrario, en las que el omnipresente castellano aparece como víctima de una persecución implacable. He escrito tantos artículos (en castellano) sobre la marginación del catalán en ámbitos diversos que el mero bosquejo de otro me lleva al bostezo. Y sin embargo, la otra parte contratante parece obstinada en mantenerme despierto, con una creatividad sin parangón.
Me escribe el lector Jordi Abad, valenciano de Alcoi, para exponerme una nueva modalidad de marginación lingüística. Podríamos bautizarla con el preciado epíteto de exclusiva, puesto que basa su potencia en la exclusión, justamente. El lector se acaba de comprar un reproductor de DVD de la marca LG (todo muy letrado, como se ve), cuya tarjeta de garantía (sólo en español e inglés) lleva el código RHT497H. También me envía, debidamente escaneada, la página que contiene los códigos de idioma del aparato, bajo la instrucción "Utilice esta lista para introducir el idioma deseado según los ajustes iniciales siguientes: disco audio, disco subtítulo, disco menú". Pues bien, en la lista de opciones de LG figuran 114 lenguas disponibles, algunas de tan usadas en las calles de Alcoi como estas, transcritas en versión anglófona: afar, amharic, assamais, bashkir, goujrati, haroussa, lingala, marath, nauru, oriya, shona, sindhi, tajiko, tonga, twi, wolof, xhosa, zulu... Como, a estas alturas, ya deben sospechar, en esta lista tan amplia Jordi Abad no halla la suya, que es también la mía, ni tan sólo en su denominación políticamente correcta (en el reino de Camps) de valencià/ català. El caso es formidable, porque la lista también contiene otras lenguas minorizadas - vasco, gallego, bretón, gaélico-escocés, yiddish o reto-romano-,e incluso figuran idiomas ajenos al concepto de lengua materna como el esperanto, el latín (ante el letón) y el volapuk. Pero no el catalán. ¿A qué mente obsesiva se debe esta flagrante exclusión? Hartos como estamos, el lector Abad y yo, del tema, no podemos dejar de señalar que la paranoia del nacionalismo español con todo lo catalán es LG: ligeramente grotesca.
19-V-09, Màrius Serra, lavanguardia