´El regreso de los vándalos´, Mŕrius Carol

Pep Guardiola es un tipo tan especial que le gusta festejar los títulos de forma íntima, así que, tras la victoria en la final de Copa en Mestalla, salió al césped acompañado de Manuel Estiarte para compartir emociones de la noche con el estadio vacío. Es evidente que no se puede pedir a todo el mundo que celebre los triunfos deportivos de forma tan mística y reservada, pero, en cambio, se debe exigir que la gente conmemore los éxitos de su equipo sin destrozar la ciudad. Decía un ex jefe de seguridad de la Casa Real que prefería las duchas a los baños de masas: con este juego de palabras ponía de manifiesto que una muchedumbre es una cortina que permite esconder desaprensivos, y por eso resulta más difícil de controlar. Pero, aun siendo conscientes de las dificultades de gestionar multitudes, las autoridades están obligadas a que una capital como Barcelona no se convierta en un campo de batalla donde determinados colectivos enquistados en la ciudad, seguramente por un exceso de tolerancia en el pasado reciente, actúan como guerrilla urbana arrasando el mobiliario y establecimientos comerciales, mientras se enfrenta con una brutal violencia a la policía.

Es una pena que la emoción desbordada de muchos ciudadanos ante una victoria de su equipo acabe manipulada por estos colectivos marginales, que no necesitan argumentos para reventar lo que encuentran a su paso. No puede ser que estos vándalos pongan en peligro la celebración de gentes de buena fe, pero sobre todo su integridad, y les salga poco menos que gratis. La libertad no se defiende sólo con buenas palabras o rostros preocupados, así que las autoridades deben llegar a la raíz del problema. Es poco serio que la comisión que el Ayuntamiento de Barcelona creó tras los incidentes de la última Champions conseguida por el Barça hace tres años sea sólo una foto para el álbum de los gestos municipales. El sanedrín de expertos sólo se volvió a reunir una segunda vez y sus conclusiones no han servido para nada. Es más, se sugirió prohibir las celebraciones en la Rambla y el propio Consistorio convocó una fiesta en los aledaños.

Una minoría ha conseguido que cualquier celebración colectiva sea su teatro de operaciones y, como decía la investigadora social Anna García Hom en este diario, es intolerable que unos pocos usen el espacio público como su corral particular. Cuando las formas de convivencia no son respetadas por un determinado colectivo, las autoridades han de movilizarse para atajar su actuación, porque nadie puede imponer la violencia como doctrina. Si los vándalos del siglo VI fueron sometidos por el ejército bizantino capitaneado por Belisario, sus homólogos del siglo XXI deben ser subyugados por los representantes de la ciudadanía. En democracia quienes campan a sus anchas son las gentes de bien, no los energúmenos.

18-V-09, Màrius Carol, lavanguardia