´Economía y proteína´, Ramon Aymerich

Hace 50 años, no había explotación agraria que tuviera más de media decena de cerdos. Eran animales para el autoconsumo, tan despreocupados en su vida diaria como canijos, en sintonía con la raza local. Hasta que llegó un día en que la demanda de carne rebasó las capacidades de los ganaderos. El plan de estabilización de 1959 había sentado las bases del despegue económico y las clases medias urbanas soñaban con el Seat 600 tanto como con comer carne a diario. Y el cerdo era la mejor solución.

Los ganaderos amortizaron las razas locales y viajaron a Holanda, Dinamarca y Alemania en busca de animales más resistentes y productivos, auténticos supercerdos, genéticamente hablando. La ganadería intensiva se desarrolló a tal velocidad que a finales de la década de los ochenta Catalunya estaba entre las cuatro o cinco potencias europeas y hoy las exportaciones de porcino son su quinta partida exportadora.

Pero el precio de tanta proteína - ya se ingiera en forma de salchicha, lomo, pizza precongelada o quiche-es elevado. Los residuos del animal y sus efectos en el medio ambiente son un problema bien conocido. El otro, de recorrido más incierto, es el relativo a los riesgos sanitarios que conlleva la industrialización de la ganadería, siempre difíciles de determinar. Los terminators porcinos de los que nos alimentamos son tan productivos y sabrosos como frágiles de salud, propensos a las enfermedades si no se les garantiza condiciones higiénicas mínimas.

Puede no ser casual que la nueva gripe haya surgido en México. Desde que se firmó el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos en 1993 - el Nafta-México se ha convertido en un país entregado a alimentar al gran vecino del Norte con carne barata, para lo cual ha adoptado unos métodos de producción que distan mucho de ser homologables con los de las explotaciones de la Unión Europea.

En la última semana, y pese a que las autoridades sanitarias han reiterado que el consumo de carne de cerdo no implica riesgo alguno, una decena de países - entre los cuales China y Rusia-han prohibido las importaciones de países terceros, entre ellos España. Es la muestra de cómo las gasta la comunidad internacional, de cómo este tipo de pandemias crea el caldo de cultivo ideal para volver a los proteccionismos. Nos habíamos acostumbrado a la globalización amable, donde había sitio para todos. Pero lo que viene ahora puede ser algo más duro.

Para la ganadería local y para el pujante sector agroalimentario a ella asociado, lo ocurrido es sólo un primer aviso de las nuevas reglas de juego. La conclusión es que hay que abrirse, sacrificar algo el margen y saber que los primeros que sepan garantizar esa seguridad son los que saldrán mejor parados en un mercado global más exigente y sensibilizado ante este tipo de pandemias.

9-V-09, Ramon Aymerich, lavanguardia