Actualmente, lo que ocurra en unas remotas provincias del noroeste de Pakistán no es ajeno al equilibrio de poderes del mundo. Hay lugares cuyo nombre pasa de pronto al primer plano de la atención en los medios de comunicación porque su suerte puede determinar cambios sustanciales en el futuro geopolítico global. Ocurre en Suat, en Buner, sitios que en el pasado era impensable que atrajeran otra atención que la de los funcionarios y militares al servicio de la corona imperial británica en India pero que en nuestro tiempo globalizado adquieren una problemática presencia generalizada.
Lo que ocurra en Suat o en Buner es seguido muy de cerca en la Casa Blanca. También en el Kremlin, por ejemplo. Y de manera muy especial en Teherán, en Nueva Delhi y las capitales del gran Oriente Medio. Porque hablar de estas zonas tribales es hacerlo de uno de los ejes de conflictividad en que se juega el porvenir de la gran plataforma geoestratégica que forman Afganistán y Pakistán, lo que en el Pentágono o en el Departamento de Estado se ha convertido en un mismo problema bajo la denominación de Afgpak.
Obama ha decidido concentrar los esfuerzos en la guerra contra los talibanes en Afganistán mediante refuerzos militares y un plan para el establecimiento de la normalidad institucional y cívica, lo cual es ya en sí un propósito que comporta el riesgo de que resulte inaplicable. Pero mucho más todavía por la vecindad de Pakistán, un Estado en situación precaria y revuelta, que precisamente en las provincias del noroeste y la zona tribal de administración federada (FATA, según las siglas en inglés) constituye un rompecabezas de clanes, tribus, grupos armados donde los talibanes tienen su santuario desde donde operan bélicamente en Afganistán y, a la vez, ejercen presión sobre Pakistán.
Y de ahí viene que Suat y Buner adquieran tanta importancia. Porque los talibanes han entrado en ellas, cercanas a la turbulenta ciudad de Peshawar y nada menos que a un centenar de kilómetros de Islamabad, la capital pakistaní. Localidades ambas donde la efervescencia del islamismo radical y violento está al rojo vivo. ¿Es una ofensiva en regla de los talibanes, la voluntad de dar un golpe irremediable al Gobierno pakistaní, de ir a por todas en la lucha contra el poder instituido y la duplicidad de este en sus compromisos con Estados Unidos? No, seguramente. Los talibanes no están dando la batalla decisiva por Pakistán. No están en condiciones de hacerlo. Pero sí de desarrollar una táctica de desgaste mediante operaciones de avance y retroceso. O de ir ganando posiciones ante un Gobierno mediatizado, débil y corrupto y un país cada vez más minado por el fundamentalismo islámico y los violentos enfrentamientos religiosos en actos de terrorismo.
Así, la flecha que apunta a Islamabad mediante la ocupación de Suat ha servido para que el Gobierno pakistaní pactara aceptar la imposición allí de la charia o ley coránica - es decir, la absoluta discriminación de la mujer y la brutalidad de los castigos corporales-a cambio de cesar en las operaciones bélicas.
La pronta ruptura del acuerdo de alto el fuego por parte de los talibanes al entrar en Buner ha provocado la reacción del ejército en acciones que han costado decenas de muertos. Pero no hay que engañarse. El comportamiento de los militares pakistaníes es ambiguo. Actúan por reacción más que por iniciativa y cuidan de no comprometerse a fondo en la lucha contra los talibanes. La conclusión es ineludible: ¿de qué sirve que Obama quiera emplearse a fondo en la enrevesada tarea de normalizar Afganistán cuando ya lo que flaquea con casi mayor alarma es Pakistán, un Estado al borde del caos que posee armas nucleares?
No es de fiar quien detenta el poder en Afganistán. No lo es quien lo tiene en Pakistán, ni su ejército ni sus servicios secretos (el famoso ISI), que en su día apoyaron a los talibanes para que se apoderaran de Afganistán, luego contribuyeron a echarles de este país y ahora, aparentemente, les han de combatir para que no lo recuperen.
Son realmente malas condiciones previas para la reunión que ha convocado Obama con el presidente afgano, Hamid Karzai, y el pakistaní, Ali Asif Zardari, para los próximos miércoles y jueves en Washington. Ni la precaria situación objetiva de los interlocutores de Obama, ni la de sus respectivos países ni la cuerda floja en que se mueven para el ejercicio del poder permiten anticipar conclusiones demasiado satisfactorias. Aunque aparentemente se avengan ellos por su parte a seguir las recomendaciones del presidente estadounidense y este lo dé por bueno. Pese a que sabe muy bien que la cruda verdad la tienen sus colaboradores Holbrooke y Petraeus, los notables expertos diplomático y militar que tan de cerca conocen este sinuoso y explosivo laberinto que se identifica como Afgpak.
3-V-09, Carlos Nadal, lavanguardia