El estreno de Cataluña Espanya, documental dirigido por Isona Passola, invita al espectador a reflexionar sobre las frustrantes relaciones entre España y Catalunya. Que se haya estrenado en salas de cine es opinable: a ratos la película presenta una estética de borrador que desmiente la comparación -temeraria- con La pelota vasca de Julio Medem. Dejando a un lado las formas, el fondo es oportuno, ya que recopila inquietudes sobre una cuestión que, por desgracia, nos sigue asfixiando. Como suele ocurrir en estos casos, la discusión tiende a dos antagonismos representados por una plural muestra de ponentes. Los responsables del documental han subrayado el hecho de no haber incluido políticos, aunque también es cierto que el marco analizado ha sido legitimado por los políticos, sus partidos y los que, ay, los votaron.
Resulta útil redescubrir, de una tacada, los argumentos favorables o críticos con la posibilidad de independizarse: la desafección, el desfase financiero, las debilidades e imposiciones, los incumplimientos. También es útil que, mayoritariamente, la gente que intervenga esté avalada por su preparación académica. Y la prueba de que la película conecta con su público es que, en la sesión a la que asistí (Cinesa Diagonal), buena parte de las treinta personas presentes aplaudió al final. Al salir, uno de ellos incluso se me acercó y me llamó la atención por no haber aplaudido, lo cual no me sorprendió porque hace años que sé que la política -de derechas o de izquierdas, españolista o independentista- fomenta el delirio fundamentalista y la estupidez de una minoría.
Cataluña Espanya retrata el fracaso del autonomismo de la transición y, para corroborar esta tesis, recurre a testimonios y a informaciones televisivas (sobre todo de TV3, una elección relativamente neutral) y a unos toques de distensión pseudofolklórica representados por Boadella o por las tantas veces manoseadas proclamas de la Cope (siempre me he preguntado por qué las repugnantes soflamas contra Catalunya de la cadena episcopal no se complementan con nuestras simétricas repugnancias radiofónicas sobre España).
Pero, sin entrar en las razones de los unos y los otros y en la argumentación acrítica de muchos catalanismos, se plantea una duda: ¿quién representa a los millones de catalanes que no se han sentido movilizados ni por el autonomismo trilero, ni por el federalismo utópico, ni por los independentismos antropofágicos (tanto como lo fueron hace unos años las izquierdas), ni por los naftalínicos o modernizadores españolismos?
En el último tramo de este debate, se utiliza el Estatut como punto de partida y se le otorga una credibilidad que no deja de resultar engañosa para los que, en silencio o en voz alta, mostramos nuestro absoluto rechazo por aquella solemne (y solemnizada hasta la náusea) chapuza.
1-V-09, Sergi Pàmies, lavanguardia