īLa cosa esa de Spanairī, Ramon Aymerich

Hoy, cuando lenguas y territorios ya no coinciden y las migraciones modifican de forma permanente el paisaje humano, cuando la movilidad del capital hace que la gente se sienta más vulnerable, pocas cosas recuerdan a qué país pertenece uno. Entre esas pocas cosas están las banderas, las selecciones de fútbol y, algo menos, las líneas aéreas. Durante el siglo XX, tener línea de bandera fue signo de riqueza y poder para un país. Después llegó la liberalización. Y las líneas de bajo coste, que se mueven en tierra de nadie. Pero así y todo, las aerolíneas aún despiertan sentimientos extremos. La prueba está en Spanair: jamás un proyecto había levantado tantas (y tan infundadas) sospechas y había despertado tantos (y tan absurdos) recelos.

Las motivaciones parecen claras. En un momento en que las grandes ciudades pasan por encima de naciones y estados como sujetos de inversiones empresariales, he aquí una gran aglomeración, Barcelona y lo que la rodea, que ve cómo se desvanece su potencial de conexión internacional porque una aerolínea privada (Iberia) decide que el futuro de su aeropuerto debe subordinarse al de Madrid. Y porque el gestor aeroportuario de Barcelona no se debe tanto a la viabilidad de sus instalaciones como a un organismo superior y estatal. Lejano.

Lo que viene después ya es conocido. ¿Por qué no comprar una aerolínea que tenga como base Barcelona? ¿Pero quién? Las instituciones financieras, no. A diferencia de Madrid - donde la comunidad utiliza su caja de ahorros para apuntalar Iberia y Barajas-las entidades se desentienden. La burguesía local, tampoco: porque el entorno financiero es pésimo, porque destacados miembros de ese colectivo se han quemado en proyectos parecidos, porque el proyecto da una visibilidad y un riesgo que no quieren asumir o simplemente porque no, porque no lo ven. ¿Quién acude a la llamada? Una coalición de gestores que se mueven con habilidad entre lo privado y lo público; un grupo de empresarios-gestores menos pudorosos y con algo más de ambición que las generaciones anteriores, y grupos directamente afectados, como los hoteleros. Y para colmo, un presidente que teoriza sobre el management aplicado al fútbol.

¿Es una combinación heterodoxa? Sí, pero para eso está la historia, para cambiarla. E incluso es posible que la fórmula se abra camino. ¿Están los poderes públicos detrás? Poco, pero están. Los aeropuertos son poder y sería un error gravísimo que no se hubieran movido para salvar la causa del aeropuerto. Pero de ahí a decir que se malgasta dinero público, hay mucha distancia. Con mucho trabajo supera el 3% del capital comprometido. ¿Puede acabar mal la operación? Por supuesto, nada hay de seguro en esta vida salvo la muerte. ¿Es objetable el momento de la compra? Claro. Pero imagínense de qué estaríamos hablando si no se hubiera comprado Spanair.

18-IV-09, Ramon Aymerich, lavanguardia