No acabo de entender bien por qué los políticos se empeñan en tratar a los jubilados de este país como si estuvieran todos gagá. "¡Basta de crear incertidumbres e inseguridades!", bramaba Celestino Corbacho esta semana, arremetiendo contra el gobernador del Banco de España, la nueva bestia negra del Gobierno. Acto seguido, el propio ministro de Trabajo lanzaba el mensaje supuestamente tranquilizador como si fuera un cóctel molotov: "El sistema de pensiones está garantizado hasta el 2020". Hice cálculos personales - disculpen el ombliguismo-,y ahí me eché a temblar.
Es comprensible que ningún gobierno quiera jugarretas cuando se habla de un materia tan sensible como el futuro de sus pensiones. Por eso existe el pacto de Toledo; para salvaguardar de la batalla política descarnada y cortoplacista el sistema de pensiones. Pero la mesa está diseñada para el debate y el consenso, no para actuar de barricada inmovilista; y prueba de ello es esa comisión de seguimiento del pacto que ya está en marcha en el Congreso, ante la que compareció Fernández Ordóñez la semana pasada, y por la que pronto desfilarán el propio Corbacho, el secretario de Estado de Seguridad Social o los líderes sindicales.
La próxima cita en esta comisión - que se ha convertido en la más sexy, atractiva y peligrosa del Parlamento-la tendremos el próximo martes. Se espera entonces al comisario europeo Joaquín Almunia, y todo barrunta emociones fuertes. Es posible que traiga bajo el brazo ese informe sobre el futuro de las pensiones en Europa que Bruselas decidió guardar en un cajón esta semana. Visto lo que ocurrió en España, la comisión no quiso añadir más tribulaciones de futuro a nuestros ya decaídos ánimos. Qué loable.
Ni Bruselas, ni Corbacho, ni los sindicatos, ni la patronal ni el mismísimo Zapatero pueden ahorrarnos el debate sobre cómo garantizar la jubilación en una Europa que envejece a pasos agigantados: los mayores de 64 años serán la mitad de la población europea en el año 2050, y sencillamente no habrá mano de obra suficiente para cubrir sus pensiones. Esto lo sabemos todos y, por eso, le pedimos a personalidades y cargos influyentes sus propuestas, ideas y recomendaciones para ajustar el sistema. Lo que es absurdo es pedirles un diagnóstico y luego lanzarse a su yugular porque este no nos guste. (Y desde que decidió intervenir la Caja Castilla-La Mancha, días antes de la cumbre del G-20 de Londres, las relaciones entre el Gobierno y el gobernador se han deteriorado de manera preocupante. ¿No era un puntal de nuestro sistema económico?)
Por mucho que se empeñen algunos, los jubilados no son almas temblorosas, incapaces de soportar un debate sobre el futuro de las finanzas de la Seguridad Social. Y los futuros jubilados somos todos, así que no necesitamos que nuestros líderes políticos, sindicales o empresariales nos dulcifiquen la medicina. Si lo que quieren es templar los ánimos, la receta es simple: un poco más de pedagogía y un poco menos de grandilocuencia.
24-IV-09, Montserrat Domínguez, lavanguardia