Mucho antes de que el sociólogo británico Anthony Guiddens publicara su ensayo sobre la renovación de la izquierda, el concepto tercera vía ya se practicaba. No, por supuesto, en el sentido que le dio el nuevo laborismo de Tony Blair: vivificar el viejo legado igualitarista con los valores de la conservación y la libertad. Pero sí como el intento de terciar entre dos caminos antagónicos.
En realidad, socialdemócratas y democristianos, constructores históricos del Estado del bienestar, fueron ya terceras vías. Clavaron una cuña entre el capitalismo sin alma y el comunismo. Y la cuña fructificó hasta convertirse en modelo indiscutible.
Todo intento de terciar entre dos antagonismos que sitúan a la sociedad entre la espada y la pared suele ser una tercera vía. El PSC lo es. Se sitúa entre los nacionalismos español y catalán. Aunque, para ser realmente una tercera vía, no basta con flotar en posición equidistante. Ni tampoco con proponer una superficial suma de diferencias (esos esbozos simbólicos que el PSC pergeña cada mes de abril promoviendo la feria andaluza sin dejar de agasajar a Sant Jordi).
Para ser una verdadera tercera vía hay que ingeniar y hacer visible un itinerario nuevo, cosa que el PSC, por múltiples razones, no ha podido o no ha sabido hacer. La falta de relato emotivo y la abstracción de su objetivo final (el federalismo del PSC no es menos brindis al sol que el soberanismo de CiU o el independentismo de ERC) no han impedido a los socialistas catalanes desarrollar un trabajo fundamental, nunca suficientemente valorado: evitar, por encima de todo, el choque de trenes en el interior de la sociedad catalana. Tal posición debe calificarse de moderada en el sentido más profundo del término.
Permítanme una metáfora futbolística: si Jordi Pujol fue, en su largo tiempo de hegemonía (del que la etapa actual no es más que un lento epílogo), un delantero centro goleador (restaurador de los valores nacionales catalanes), el PSC de los Obiols, Maragall y Montilla ha sido un fornido defensa central. O un medio de contención muy físico que, abarcando mucho terreno, ha evitado el peor gol que podía haber recibido Catalunya: el enfrentamiento entre grupos lingüísticos, la escisión entre sentimientos de pertenencia.
No han faltado puristas del sentimiento catalán o del español, que han pugnado para situar a la ciudadanía entre estas peligrosísimas espada y pared. Pero el PSC, captando el talante catalán contemporáneo (que, si no es partidario de la concordia, sí, al menos, de evitar líos y problemas), ha cubierto un amplísimo terreno que va del catalanismo histórico a la inequívoca vinculación española que se desprende de su hermandad con el PSOE.
Diversos elementos contribuyen a alimentar la idea de que las posibilidades de mantener este equilibrio se están agotando. La oleada inmigratoria de los últimos diez años, cierta caída del prestigio de la cultura en catalán, la impaciencia de muchos jóvenes catalanohablantes educados en el catalanismo y la impaciencia simétrica de muchos jóvenes castellanohablantes hostiles a la hegemonía moral de la catalanidad.
En el contexto de una crisis económica, que radicalizará la competitividad entre grupos y agudizará la visceralidad, tales factores sugieren que el papel moderador del PSC será cada vez más difícil.
Y si, por razones sociológicas, se agota el tiempo interior catalán favorable al abrazo interno y a la síntesis, también se agotan, por razones políticas, las posibilidades de que el PSC encuentre aliados a su proyecto de otra España. El último giro de Zapatero es claro y significativo. En su presentación de los nuevos ministros, silenció el principal latiguillo de los pasados años: "La España plural". Y recuperó una expresión aznariana: "Cohesión territorial". La tercera vía del PSC no encuentra eco en España. La presión periodística contra las autonomías, tachadas de dispendiosas, el discurso intelectual contra la pluralidad lingüística y el éxito de la beligerancia sin cuartel contra el abertzalismo otorgan al PP la hegemonía moral. Y a Zapatero no le restan más juegos que los de la magia (Manuel Chaves y José Blanco intentarán practicarlos en los próximos días).
En este contexto, Catalunya tiene cada vez más estrecho el margen de maniobra. Y el PSC se encuentra en una encrucijada que le obliga a forzar hasta extremos insoportables su tercera vía.
Consiguientemente, el doloroso parto del Estatut y la reedición del Govern tripartito invitan a reflexionar sobre una paradoja que no es infrecuente en la vida cotidiana: a veces es peor una victoria que una derrota.
20-IV-09, Antoni Puigverd, lavanguardia